Supe que ella iba a llegar muchísimo tiempo antes.
Se dejaba ver su estela en el amanecer,
entre las cortinas iluminadas.
A veces la descubría brotando entre las flores de mi naranjo,
o sobre las hojas verdecitas del viejo parrón.
Ella cruzó el velo,
guiada imagino por Dios,
entibiándome en ocasiones los tobillos congelados,
y durmió entre nosotros
y formó parte de los cuatro sueños que aún esperan germinar.
Ayer me miré en el reflejo,
cuando la tarde se apoyaba floja en esa ventana,
y me dio risa verte a mi lado, aferrado, casi niño,
intentando tatuarte en mi avenida.
Somos ajenos de miradas,
y jamás sentimos el mismo aroma,
pero las luces del puerto nos soplaron voces
y nos gustó demasiado ese vino añejo.
Compartimos el secreto de Sanz,
cuando nos cantaba bajito
mientras me amabas en una cama ajena.
La arena golpeó fuerte en tu espalda
cuando intentaste protegerme,
y aunque estabamos algo borrachos,
ya supimos que ella, de seguro,
un día llegaría.
Para ti, mi compañero, por esas horas en que invocamos a Eva.
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