San Felipe.
No hace mucho tiempo escribí sobre lo mucho que me gustaba mi pueblo por ser un lugar donde cualquier ser vivo podía sobrevivir. San Felipe, a pocos kilómetros al sur de Mexicali fue el paraíso impensado de extranjeros y connacionales que por diversas circunstancias nos encontramos aquí.

Llegué del centro del país y fue precisamente en estos lugares donde aprendí a valorar cualquier forma de sustento para la vida ya que en la adolescencia e infancia no tenemos conciencia de ello. Mis últimos días en el centro del país fueron terribles, pero no quiero ser descriptiva pues no es de mí de quien pretendo hablar, sino de San Felipe, al cual describí en aquel año como abundancia porque era la palabra que más se asemejaba. San Felipe fue sinónimo de vida, sustento y ni qué decir de la biodiversidad.

Con la llegada del Internet se propagó la información y en no mucho tiempo la explotación inundó nuestras calles para transformar nuestro pequeño mundo en otro lugar. Lo primero que noté fue que las personas lo vendían todo (zapatos, ropa, trastes, muebles) cuando en nuestro puerto teníamos la costumbre de regalar estos objetos. Después, en los mercadillos me sorprendió que tuviera precio la que no mucho tiempo atrás fuera basura. Otro detalle no menos triste fue descubrir que aquellos que antes tuvieron las puertas abiertas empezaron a cerrarlas porque el clasismo que diferencia a un humano de otro empezaba a apoderarse del corazón del hombre.

San Felipe, la tierra tal como lo llamé y que un amigo de letras elogió en 2005, pasó a ser el texto fantasioso y absurdo que un aprendiz de humano pudo escribir.

RH.