A falta de textos nuevos, seguimos con alguno antiguo.
Sueño. Sueño contigo. Entre la bruma y el infinito laberinto que es soñar, puedo verme siguiendo tus pasos. Soy una sombra que te persigue. Soy tu sombra.
Solitaria y desnuda, caminas a través del sueño, libre de prejuicios; tu cuerpo de canela y miel, de formas perfectas, de senos y nalgas generosas, de piernas dignas de competir con las de la Turner, avanza cadenciosamente y vaga divertido, mientras yo te espío.
Soñar no cuesta nada, o eso dicen, porque mi alma está atrapada entre los pliegues del deseo que me corroe por ti. Sé que al despertar, cuando no estés más en mi sueño, mi corazón lamentará tu ausencia y la imposibilidad de traerte a la vigilia, porque tú estás hecha del material del que están hechos todos los sueños: de ilusiones, de deseos, de añoranzas, de recuerdos, de nada.
Esta noche soy feliz, por encontrarte dentro de mi sueño. ¿A dónde irás, cuando finalmente abra los ojos y te pierda para siempre? No sé ni sabré nunca cómo te llamas, si pudiéramos haber sido amigos o quizás algo más. ¿Qué felices o extrañas causas tuvieron que confluir, para que tú estuvieras precisamente aquí? Te irás como llegaste, libre, sin remordimientos de ninguna especie, sin dolor, por el ser desangelado que te sueña.
Sin que me presientas, te miro a los ojos, en ellos no hay asomo de dudas, de tormentas, de pesares. Estás en otra dimensión, en otro mundo que aunque accesible para soñar, es imposible de atrapar.
No me basta con saber que has existido, me desmorona saber que ya no existirás. En mi recuerdo, estarás compartiendo espacio con mis otros recuerdos y entonces el tuyo y los otros serán igual de reales, tan reales como lo pueden ser los recuerdos deformados por el pensamiento, por el pasar del tiempo, por las ganas de matizar el dolor de nunca poder tenerte. Te persigo, te celo, te miro perderte en el laberinto confuso que es el despertar de mis sueños.
Me despierto. Abro los ojos. Lloro por tu pérdida.
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