Estaba el maestro ordenando el "Gloria" de Umberto Tozzi cuando se me acabó el cubata. Estábamos en una verbena, ni que decir tiene, y pillaba tan lejos la barra que me dio pereza de emprender aquel itinerario a base de empujones, empellones y molestias. No sé qué sentido tendría aquella concentración humana en tan escasos metros cuadrados, pero podía haber sido materia sesuda de cualquier psicólogo poco convencional, o, incluso, de un antropólogo de los tiempos modernos. Yo, por mi parte, me limitaba solamente a observarlo. Lo que estaba claro es que se trataba de una ocasión envidiable para rozarse y ser rozado. Momento impune del año para apreciar la dureza o flacidez- por ejemplo- de unos u otros pechos. Lo que nos ponía en la tesitura de lucubrar sobre temas posesorios sobre los susodichos. A quién pertenecían tales apéndices- cabría preguntarnos. Era corriente afirmar: tiene unas tetas de aúpa; pero, hilando un poco más fino, no eran acaso también propias de quien podía observarlas en su desnudez, y, aún más diría, tentarlas.
Pues bien, también un poco de quien bajo la excusa del tránsito se codeaba con aquellas, eran. Ocasión envidiable en que uno se encontraba bajo el pretexto de calmar la sed aproximándome a la barra, de una manera totalmente limpia e impune- como decíamos. Con lo que llegué a la conclusión de que todo aquel montaje- canción de Tozzi incluida- andaba al fin de ajustar lindes posesorias para un futuro, con el mismo objetivo con que se señalan con postes los fundos rústicos.
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