El gallo de mi vecina todos los días vuela a mi terraza, le gusta que lo entrene para la próxima pelea. Yo no soy partidario que pelee pues después de cada pelea llega bien desplumado y todo picoteado. Hoy cambié la estrategia, en lugar de enseñarle a pelear, le enseñé buenos modales. El gallo no era tonto y aprendió pronto a comer despacio, a sentarse bien para no mostrar la cagalera, a cantar fino. En fin, no sé cómo irá a reaccionar la vecina cuando vea el cambio en su comportamiento. Yo estoy seguro que no le va a gustar nada. El gallo seguía volando todos los días a mi terraza; en uno de esos días le dio por venir a la vecina a visitarme. Vino con tremendo escote y con minifalda. Hice el gallo a un lado y le pregunté:
-Qué se le ofrece vecina hermosa, a qué debo el honor de su visita.
Me miró con deseo, no apartaba su mirada de mi bragueta. Tuve que taparla con un libro que tenía a mano. Luego de un instante, me dijo:
-Estoy preocupada por el comportamiento de mi gallo y estoy seguro que usted tiene mucho que ver en ese cambio.
-Yo, no me diga eso, el gallo hace lo que quiere, imposible que haya cambiado por culpa mía.
La vecina se me acercó más de lo debido, sus pechos estaban muy cerca de mis ojos, sus piernas tocaban las mías. Yo no sabía qué hacer ante esa circunstancia inesperada. Ella fue más allá y me besó en la boca, me dejé llevar por ese oleaje de pasión que me propuso. La desnudé y le hice el amor delante del gallo. Apenas terminamos de amarnos el gallo cantó como nunca antes había cantado. Fue tanto el placer que sentimos que nos casamos pronto. El gallo ya no duerme en el gallinero sino con nosotros en la cama. Después de hacer el amor canta de placer.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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