Las cámaras actuales, pese a su sorprendente versatilidad, algunas veces desmejoran lo real y como aseveración, basta contemplar la mirada demoníaca de cualquier cristiano posando con sus ojos embadurnados de rojo furioso. Y cierta dama, riendo con desmesura gracias al gran angular del lente que amplía de forma grosera los límites de su boca. No podemos dejar de lado a quienes son desplazados a las orillas de un grupo numeroso, siendo las víctimas propiciatorias del lente, quién les birla alguna parte de su anatomía, dejándolos cojos, tuertos o con una oreja sólo imaginada.
La magia de la antigua tecnología con esas coloridas fotografías en papel se iniciaba extrayendo con cautela el rollo hermético que nos negaba sus secretos hasta el momento crucial en que se producía el revelado, instante en que todas nuestras expectativas eran satisfechas o, caso contrario, nos embargaba la frustración de haber malogrado escenas en las que teníamos puestas enormes esperanzas.
Hoy, el paso fugaz de los tiempos transformó en arcaico todo lo que nos era familiar, dejándonos a la intemperie con artilugios que siendo casi mágicos, nos despojaron de toda esa mise en scene romántica: la espera, el parto de luz de aquellas estampas, nítidas o desenfocadas y nuestro empecinamiento en perseverar para mejorar el pulso y la suerte, también determinante en este caso.
Hoy, un niño puede manipular cámaras y celulares con un desenfado envidiable logrando imágenes maravillosas que, sin embargo, no le provocan ninguna emoción. Inexistente en él ese instinto que nos desvelaba, el asunto se le transformó en rutina.
Se divierte sí, porque casi todas las cámaras son capaces de filmar con una nitidez asombrosa cualquier situación cotidiana y eso nos obliga a ser cuidadosos de nuestra intimidad. No es gracioso vernos luego en poses ridículas, mientras un coro de risas ahonda nuestra pesadumbre.
Me he percatado que muchos jovenzuelos que van en el tren subterráneo sienten la necesidad de fotografiar a cualquiera que vaya desprevenido. Después, las risas de ese grupito sentencia la desdicha de un ser humano que en ese momento andaba “cazando moscas”. Lo peor: que dichas imágenes vayan a parar a alguna de esas aplicaciones masivas que son templos de la burla por gestos, acciones ridículas diversas y caídas espantosas.
Todavía guardo por allí una vieja cámara Olimpus, cuya gracia era tomar setenta y tantas fotografías por rollo, cantidad que se hizo risible al ser comparada con las que puede realizar una digital.
Mi consuelo es que algún día aparecerá una nueva línea de cámaras que superará en mucho a las actuales y como resultado, todas las que ahora imperan con soberbia serán enviadas al desván de los recuerdos para que los muchachos de estos días rememoren en el futuro las proezas que realizaban con la que entonces será una empolvada cámara digital.
Aclaración: tengo cuatro de estas cámaras, en diversos formatos y calidades, sin contar el celular, porque la fotografía, venga en el envase que venga y al final de cuentas, siempre será fascinante.
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