CAPICUA
Estaba amaneciendo en el pueblo y unas nubes espesas y oscuras colgaban del cielo, amenazando con desprenderse en cualquier momento en un aguacero descomunal.
La señora Estela se levantó de la cama, como lo hacía a diario, se dirigió a un rincón de la pieza, donde había una mesa sobre la cual, se hallaba un lavatorio junto a un recipiente con agua, vació un poco en el lavatorio y se lavó la cara, luego se desarmó la trenza con la cual amarraba su pelo para dormir, se pasó las manos mojadas por él y se peinó, se inclinó hacia el espejo para ver mejor una pequeña mancha que le apareció en la frente, la examino un momento y después se encaminó a la cocina. Puso unos trozos de carbón de piedra dentro del artefacto y encendió el fuego, llenó la tetera con agua y la colocó sobre el antiguo pero noble artefacto.
Se acercó a la pequeña ventana y miró hacia fuera, apenas se podía distinguir hacia el exterior porque aún no terminaba de clarear. Posó sus ojos en los grandes nubarrones del cielo, y éstos perdieron la poca vida que tenían y su rostro se tornó duro como piedra.
Cuando la tetera hubo hervido se dirigió nuevamente a la cama para despertar a Anselmo.
Era una mañana gris que clavaba sus garras como un puñal en pleno corazón de la familia Pereira Matamala, Era como si el tiempo se hiciera parte en el drama que estaban viviendo doña Estela Matamala y sus dos hijas, Matilde y Berta de 16 y 14 años respectivamente. En la cama yace inerte Anselmo Pereira el dueño de casa, no alcanzó a ver la luz de la mañana, un ataque fulminante lo hizo pasar al otro mundo en una forma inesperada.
Durante todo el día la señora Estela se dio a la tarea de realizar los trámites para el funeral, Eran ya cerca de las cinco de la tarde cuando llegó el personal de la funeraria para acomodar el cuerpo dentro de la urna.
Desde el otro lado de la vida Anselmo presenciaba aterrorizado lo que sucedía, Él podía ver y sentir todo, siempre se había preguntado ¿ cómo sería morirse ¿ y ahora que lo sabía, no le gustaba nada, es más, tenía pánico.
No había forma de hacerles saber a todos que en realidad no estaba muerto. Pudo ver como su esposa y sus hijas se inclinaban ante el ataúd para derramar sus cristalinas lagrimas que sonaron sobre el vidrio como gotas de agua sobre el hielo, vio a su madre y su padre como lo miraban detrás de la vitrina de la urna, escuchó cada uno de los padrenuestros y avemarías que se rezaron durante la noche. En cualquier momento podré salir de aquí – se dijo- Cuando llegó el día siguiente, aún no podía salir de su estado cataléptico y comenzaron los preparativos para encaminarse al cementerio del pueblo, la lluvia había pasado pero aún se mantenían las nubes espesas en el cielo, lo que aumentaba el pesar de los deudos.
Dentro del cajón Anselmo se sentía como en el aire, volando al compás de los pasos de quienes lo cargaban, Llegaron por fin al cementerio, un lugar solitario a las afueras del pueblo, encontraron hecha ya la excavación en la tierra y procedieron a bajar el ataúd. La señora Estela cumplió con el rito de lanzar el primer puñado de tierra que en el interior del cajón le avisó al difunto que había comenzado su cuenta regresiva. Luego cayeron otros dos puñados, los de Matilde y Berta para oír enseguida al cura del pueblo decir las últimas palabras a favor del difunto en su camino al cielo.
Fue tarde cuando Anselmo salió de su estado, porque yacía bajo dos metros de tierra, y le quedaban a lo más diez o veinte minutos de aire para respirar, era imposible salir, lo único que le quedaba dentro de su desesperación era respirar lo más despacio posible para estirar los últimos momentos de vida.
Cuando se extinguió la última porción de aire, sintió como aleteaba su nariz en busca del oxigeno necesario para sus pulmones que estaban a punto de estallar, sintió como se acalambraron sus piernas y brazos, su cerebro comenzó a crecer dentro de su cabeza hasta que su cráneo ya no lo podía contener, en sus oídos un gran zumbido lo torturó hasta la locura y cuando éste ya se hacia insoportable abrió los ojos y empapado en sudor giró la cabeza miró hacia el lado.
Sobre la mesita de noche estaba el antiguo reloj despertador que cada mañana le decía que es hora de levantarse. Anselmo se incorporó empapado en sudor.
- Mierda, otra vez la misma pesadilla –.......Pero su corazón no resistió la impresión y se desplomó con los ojos abiertos clavados en las seis de la mañana del último día de pesadillas.
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