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Así que una vez que decidí que sería Escritor (uno bastantemente sui generis, porque no había sido nada antes), empecé por abdicar mi condición de señorito de la casa y me mudé al cuartito de servicio, ubicado en el fondo del jardín. Si como dice el Maestro Sabato, Faulkner escribió en un pueblito, Melville en un barco y Hemingway en una selva, yo podía muy bien dejar mi cuarto de grandes ventanas, mi televisor con cable y mi máquina del tiempo de dos plazas, con un colchón suave como las nubes, para mudarme a ese cuartito diminuto, malamente iluminado y peormente ventilado, réplica de un camarote de bajo el castillo de popa de un barco ballenero, donde apenas entraron una como cama de campaña, una comodita para guardar mis calzoncillos azules y mis medias blancas, y que servía también para colocarle encima obras maestras, y una mesita para la desfasada Pentium II, donde el ratón apenas si tenía espacio para recorrer el laberinto que formaban el monitor, el teclado y la impresora. Así mandé al cuerno las comodidades, y entré resueltamente en el camino hartamente transitado pero pocamente recorrido de la Literatura.

Desde la primera noche, la ventanita que daba al jardín fue para mí como un aliciente. Los bichos nocturnos contribuían a mis propósitos hemingwayanos, pues reproducían con mucha fidelidad el ruido de la selva; y como animales salvajes, émulos del león, multitud de ratas gruñían y correteaban por las noches, haciendo a veces tanto alboroto como si se tratara de una manada de ballenas blancas. Ese ambiente salvaje era bastantemente propicio para escribir, si no Por quién doblan las campanas, cuando menos El viejo y el mar; así que muy animado por tan favorables prospectos, empecé a escribir mis primeros cuentos, y les perdí el temor a las ratas y a los bichos que cantan por las noches.

Pero a las que no pude ignorar fue a las arañas, que me producían un susto de muerte cada vez que se colaban desvergonzadamente en mi camarote, tan pronto abría la ventana. Sindudamente estaban convencidas de que mi cuartito les sería muy propicio para tejer sus telas, así como yo pensaba que me sería favorable a mí para ser escritor; porque, ignorando todas las letras chiquititas de las latas de insecticida con acción residual, con cuyo contenido rocié el marco de la ventana y los rincones más oscuros de mi como camarote, se seguían colando tan porfiadamente, que en verdad llegué a creer que mi cuartito era una zona franca, con muy buenos incentivos tributarios para aquellas arañas que quisieran establecer una industria de confecciones textiles con miras a la exportación. Mala cosa esta, que las arañas entiendan de zonas francas, pero no sepan leer las latas de insecticida. Así que la solución más radical que encontré para deshacerme de las intrépidas empresarias, me avergüenza confesarlo, fue usar alguna obra maestra (¡qué sacrilegio!), para aplastarlas. De todas ellas, las que mejor desempeñaron su papel de zapato viejo fueron los borges, que suelen ser bastante densos y contundentes, al menos para la cabeza de las arañas. Hubiera usado los saramagos, pero descubrí que son muy pesados de levantar y sirven mejor como tacos para impedir que el viento cierre la puerta. Cada quien mata sus arañas como puede, y con lo que tenga.

Pero una noche, antes de dormir, descubrí una araña negra, caminando sobre mi cama. Muy asustado, dudé unos segundos antes de reaccionar. El bicho corrió velozmente, y estuvo a punto de esconderse para siempre en la sombras; felizmente, venciendo mi pánico, con la punta del zapato, la aplasté. La mancha en mi sábana me convenció de que no había sido una pesadilla. Pasé luego un rato sacudiendo mi cama, buscando alguna otra araña, con mi ilusión de seguridad completamente destruida. Cuando terminé, y aunque no estaba convencido de que no había otra, no tuve más remedio que acostarme. Una de las noches más tenebrosas de mi vida. Por la mañana, decidí acabar con la inversión extranjera, y a manera de salvaguarda, tapié la ventana con una malla finísima, que con justas si dejaba pasar el aire y la luz. Pero el susto por la araña que quiso compartir mi cama me seguía persiguiendo, y no me dejaba escribir tranquilo.

En los días siguientes, se me ocurrió la idea perversa de que esa araña pudiera haber salido de mí: de mis temores, de mis pecados, de mis pesadillas, de los oscuros fantasmas que me habitaban. En cuyo caso, pensé, estarían anidando dentro mí un gran número de esos bichos, formando colonia. El punto es que, lo mejor que se puede hacer con uno de esos engendros, es aplastarlo; así, no molesta más.

Y entonces, decidí que mi primera obra maestra sería un exorcismo, una liberación de todo aquello que me molestaba, de esas ideas que me daban vueltas en la cabeza, y que como arañas, estaban escondidas en lo más profundo de mi mente, acechando en la oscuridad. Agarra lo que tengas, me dije: zapatos viejos, todos los borges del librero, latas de insecticida; y haz la limpieza interior de primavera. Vez que veas una araña, ¡zas!, la aplastas, y a otra cosa, mariposa. Cuando terminé, tenía una abundante colección de cuentos, y la mente tan tranquila, que ya no me molestaba por las noches el ruido de las ballenas blancas surcando el jardín, y pude dormir como el bebé que todavía era.

En cierta forma, mi primera obra maestra era un inventario de mis arañas muertas. Las había pequeñitas, que casi ni molestaban; las había grandotas, con unas patazas y un cuerpo diminuto; incluso había alguna simpática, que dejé escapar dando saltitos; pero también las había terribles, oscuras y venenosas. Ya está, ya las aplasté. Quedarán otras, tal vez; me ocuparé de darles caza en otra oportunidad. Esto puede tomarse como una promesa, como una amenaza, o como un desvarío: la segunda obra maestra de un Escritor que no había sido nada antes.

Pero no todas eran arañas; también había algunas mariposas y algunas mariquitas, que son dos clases de bichos simpáticos. Me divertía la idea de que también me habitaban, y que salieron de mí, escapándose de las arañas cazadoras. Si son de brillantes colores, o por el contrario, opacas y deslucidas, es algo que yo no puedo juzgar; pero igual, había que echarlas a volar, porque estaban zumbando dentro de mí. Eso sí, si alguna noche, antes de dormir, encuentro una mariposa sobre mi cama, me haré sacar una radiografía.

Muchas veces había amenazado a los amigos con volverme escritor. Cuando nos tocaba ser parte de un suceso extraño o divertido, yo siempre decía que lo incluiría en mi libro. En ocasiones más felices, cuando hablaba de sueños y planes, siempre dije que me gustaría estudiar Literatura Latinoamericana, para que me obliguen a leer, entre otras cosas que se me hacen pesadas, todas las obras de Bryce, y la inevitable Rayuela. Y escribir, escribir, escribir. Nunca pensé que, en mi caso, el oficio de escritor se parecería más al control de plagas; pero como dice Vargas Llosa, uno no escoge a la Literatura, la Literatura lo escoge a uno. Bueno pues, ya está: refundido en uno como camarote de barco ballenero, y en medio de una como selva, he escrito una como obra maestra. ¡Qué carambas, después de todo, no ha sido tan difícil!

Así que ahora soy un Escritor que no había sido nada antes, con una primera obra maestra inconclusa e inédita, y completamente ignorante de cómo seguir o qué hacer. Ni siquiera estoy seguro de que los que he escrito se puedan clasificar como cuentos, menos si son buenos; pero no importa. Con un tratadito de Ortografía y Gramática y un diccionario, estoy tratando de corregir y ordenar esos caos que he creado, tratando de convertirlos en universos. Eso hizo Dios: porque en el principio, todo era caos, y Él creó el cielo y la tierra; y eso haré yo, porque el escritor, aunque no haya sido nada antes, es uno como Dios. Con el mismo riesgo de fracasar porcompletamente.

Y si fracaso, de todas formas podré dedicarme al oficio de exterminador de bichos, con algunas probabilidades de éxito.

Texto agregado el 09-01-2021, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-01-2021 Entretenido tu texto.No es la obra maestra pero vas bien encaminado a realizarla. Toma en cuenta lo que te dicen tus amigos HermanoProximo y eRRe los sindudamente y completamente y todos los mente qe espaece tu texto van eliminados o los dejas que en realidad hacen gracia y tu texto busca la sonrisa y la complicidad con el lector. Yvette27
09-01-2021 No es bueno exterminar. Trata de formar parte del ecosistema. Las arañas hacen trampas para otros bichos. Muchos bichos quieren ser parte de una historia. Bryce metía los que podía en una libreta para que conversen, Cortázar los hacía jugar o se metía a sus juegos. Borges les preguntaba de dónde venían y les decía a dónde podían ir. Ordena, limpia, dales espacio, es lo que hace MVLL. Deja los neologismos, sólo son para los dioses, como Vallejo. HermanoProximo
09-01-2021 Buscando tranquilamente en tu texto fui encontrando abruptamente, básicamente una tras otra, frases que debes ir corrigiendo rápidamente para que no se vaya convirtiendo progresivamente en un mal intento narrativo. eRRe
 
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