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Alcé mi mirada y lo confirmé: Estaba observándome con total desparpajo.
Hice como que no me daba cuenta, seguí en lo mío, pero supe que aún sus ojos me apuntaban.
Nunca comprendí cómo cuernos uno que está mirando el periódico, sabe “de reojo” que alguien lo está observando.
Pasaron unos 20 segundos y cambié la estrategia. Alcé la vista para reposar mi visión justo en el centro de sus cejas.
Durante los primeros segundos me sentí confiado, ganador. Pero no pasó mucho hasta que comencé a cansarme, y finalmente me sentí molesto.
Le retiré mi mirada para preguntarme qué demonios estaba yo haciendo.

Busqué a mí alrededor para detectar si nuestra escena era a su vez observada por otros.
El mozo estaba atento como intentando adivinarme. Me quedé turbado tratando de dilucidar si eso era parte de su oficio o producto de alguien que lo hace con quien sabe qué aviesa intención.
Más a la derecha una señora que seguramente simulaba que leía, me observaba sonriendo por encima de sus lentes.

Mi incomodidad iba en aumento.

El lava copas comentaba cosas en voz baja con el cocinero y ambos se reían cuando de tanto en tanto miraban hacia donde yo me encontraba.

Comenzaba a sentir que perdía mi intimidad, aunque estuviese sentado solo en una mesa de este bar con un periódico entre mis manos.

Cuando volteé a ver la primera persona, ya sentí indefectiblemente un severo juicio en su mirada.
La señora que fingía lectura y el mozo confirmaron con un movimiento de cejas la acusación.

Los otros dos parecían disfrutar del espectáculo.

No entendía como mi vida había desembocado en todo esto.
¿Por qué habría uno de terminar así de forma tan inesperada?
Algo dentro de mí decía que debía luchar ante tamaña injusticia.

Hubo un sobresalto general cuando lo vimos entrar.

Su bastón y su caminar cauteloso no disimulaban la importancia de su papel.
Finalmente se impondría su última palabra.

Cuando pasó a mi lado fui directo y le imploré misericordia.

- No tenga en cuenta todo lo que se dice de mí. Usted ha de ser un hombre sabio. Simplemente obsérveme y sabrá de mi inocencia. Nada podrá escapársele.

Tragué saliva y agregué:

- Sé que estoy en sus manos.

Detuvo su marcha. Pareció meditar sobre mis palabras.
Se retiró los lentes oscuros para decirme con serenidad y sonrisa franca:

- Me encantaría observarlo mi amigo, pero es algo que mi ceguera ya no me permite hace tiempo. Sin embargo, puedo notar gran angustia en su voz.
Si gusta puede acompañarme y sumarse a mi mesa.
Tengo tiempo y puedo escucharlo.



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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 8/1/2021.

Texto agregado el 08-01-2021, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-01-2021 Cuando comenzaba a sentirme involucrado en la trama, me sorprendes. Te felicito. peco
09-01-2021 Me gustó tu cuento. Lo único que me pareció un poco confuso y tuve que leerlo dos veces para entender que quién lo estaba "mirándo" era el ciego. Por ahí es mi sueño debido a la hora. No me prestes demasiada atención. Saludos virtuales. Viento_sur
08-01-2021 Buena narración, Marcelo, acompañada de intriga. Me ha gustado. Un abrazo. Daiana
 
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