--- Come el trozo de hígado, Guty, no solo las verduras.
Hay cosas que bajo el sazón de mi madre no me gustan, de entre ellas, el sabor del hígado siempre me ha resultado insoportable.
--- Si no te comes eso Gótemhko vendrá a asustarte. Y vaya que te asustará solo con verlo.
Mi madre es muchas cosas; mentirosa compulsiva, cocinera terrible, indiferente a mis gustos, sucia o poco hacendosa, y descuidada con Rosario, mi pequeña hermana.
--- Mamá…
--- Madre.
--- Perdón. Madre, tú sabes que siempre me como todo, aunque algunas verduras no me gustan. Si quieres como otra cosa, pero hígado no.
--- Pero es bueno para ti ---entrecerró los ojos, seña que hace cuando miente---. Si no te lo comes, no volverás a alimentarte con nada hasta que te acabes esta comida ---señaló el plato de hígado.
--- Entonces me toca conocer a Gótemhko ---dije seguro de tan absurda mentira, una más de las mentiras de mi madre.
--- Entonces disfruta hoy en la noche de él, “el hombre desnutrido del inframundo”.
Mi madre se cruzó de brazos y puso su mirada más severa. Yo me fui a dormir sin cenar. Pero al siguiente día tampoco desayuné. Por la tarde no pude engullir un dulce que me regaló Rosario. Tuve qué escupirlo.
--- Yo sé por qué no pudiste tragarlo ---me dijo Rosario.
--- Dime.
--- Mi mamá hizo un hechizo. La vi haciendo uno de sus rituales, Me dio mucho miedo, porque gritaba palabras que no entendí.
El hígado permaneció ahí en la mesa por tres días. La textura cuando está saludable es de color marrón negruzco. Pero ya para ese martes se volvió de un asqueroso tono verde. Cuando lo piqué con el tenedor expelió espuma y pequeños estallidos gaseosos que me dejaron nauseabundo. Ya olía a basura descompuesta, igual al sótano que nunca limpia mi mamá. Tenía bastante hambre en este punto, no había tragado nada más que mi saliva, pero mi madre no se inmutó. Comencé a marearme cada que me levantaba del sillón o del catre.
--- La verdad no veo de qué se trata tanta negación a comer un simple hígado.
--- Perdóname, mami, pero no lo quiero comer. Dame otra cosa, por favor ---le supliqué con mi voz más sincera.
--- Dime Madre. Y es impropio para un niño de tu edad desobedecer a su madre. Así es que comes ahora o por la noche te visita Góhk ---lo pronunció así, con su diminutivo.
Cuando fui a cagar, gruñí con todo el cuerpo. Miré otra vez el hígado, pero si no lo comí el primer día mucho menos así cuando ya estaba verde. Me fui a acostar. Por ahí cerca de las 3 a.m. escuché un rugido grave. Me escondí bajo las sábanas. La puerta se abrió y cerró rápido y fuerte. Luego un gemido, suave al principio y algo fuerte después.
--- Amigo…
--- No soy tu amigo.
--- ¿Gótemhko?
--- Sí. Y también soy tu hermano.
La noticia me sorprendió. Cuando destapé mi rostro vi su cuerpo, enclenque, con agujeros y sudoroso, con piel gris pegada a los huesos. Las venas saltaban, y eran color verde obscuro, casi como el color del hígado echado a perder que estaba sobre la mesa. Gohk no tenía dientes y casi nada de cabello. Los pocos que salían de su nuca estaban secos. Se puso de rodillas junto a mí.
--- Come tu hígado, hermanito, cómelo sin más.
--- ¿Por qué me pides eso?
--- Cómelo si no quieres lucir como yo. Cómelo si no quieres vagar por el inframundo sin poder morir.
Comencé a llorar, y en ese momento desperté. Ya despierto escuché un último susurro de mi hermano, “cómelo, cómelo sin más”. Llegué a la mesa. Con los ojos llorosos y a punto de vomitar me comí el hígado completo.
--- No me creías que vendría, ¿verdad?
--- Mami, perdóname. Mira, ya me lo comí.
No dijo nada.
--- Conocí a mi hermano.
Volteó de inmediato.
--- Y va a venir cada día más putrefacto y asqueroso cuando no quieras comer la comida que te preparo.
Tragué con mucho trabajo la saliva. Rosario nos miraba aterrada.
--- Vete a tu cuarto. Tu hermana todavía tiene muchas partes que tendrás qué comer. |