Álvaro García por aquellos días en que lo conocí, era más bien un hombre solitario, se había animado a conocer Acapulco, en un viaje organizado por un amigo en común. El clima en aquella ocasión no nos favoreció y a punto estuvimos en regresarnos ese mismo día. Era un Acapulco con poco turismo, que pudimos disfrutar a pesar de los días nublados que la madre naturaleza nos dio por esos días.
Una semana después de este viaje tuvimos un encuentro en un café por la céntrica calle de Bucareli, en la Cuidad de México, me habló de las maravillas de su tierra y del dialecto para entender el español sonorense, de algunas palabras que me dijo recuerdo:
Bichi, el que anda desnudo.
Morro, se refiere a alguien no muy viejo.
Suato, tonto falto de ideas.
Vato, un individuo cualquiera.
Mochomo, hormiga roja.
¡Oye, tú, vato!, ¿dónde están los plebes?.
Al término sacó un papelito de su pantalón de mezclilla y me explicó que era una carta de su madre escrita en Yaqui, empezó a leerla en silencio, sólo vi la expresión de tristeza y el brote de algunas lágrimas que en silencio resbalaban por su rostro. Sin decir palabra alguna se levantó.
Al cabo de un par de minutos regresó tarareando “Sonora querida tierra consentida de dicha y placer”….Dimos vuelta a la página, cambiamos el cafecito por una chelas.
Pero quedó una evidencia palpable en dos momentos, la manifestación del sentimiento profundo que le había dejado su madre; y la alegría manifiesta del sonorense, dejando atrás el característico acento ligeramente agresivo que los caracteriza.
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