Ivi se consume en la tristeza desde el accidente de sus padres. Por más que la procuran siempre está delicada de salud. Su abuelo la lleva a la alameda para distraerla con los arreglos multicolores que adornan. A la feria de diciembre ha llegado mucha gente. Ella se ha acercado a un Santa Claus y le ha sonreído y él con ella. Para el abuelo es increíble. Ivi es su único familiar y verla jugar sería un maravilloso regalo. Dueño de una cadena de casas comerciales, acostumbrado a ordenar le ofreció el oro y la mirra. El Santa se negó. "Sí desea más dígame. Lo quiero para que haga sonreir a mi nieta" , volvió a negarse. Estaba por retirarse y la niña le dijo al oído, "no se lo has pedido por favor"
El Santa condicionó a que el abuelo estuviese presente y al final, si hubiese el cambio, le diría el costo. Un mes después... la niña jugaba, sonreía, y antes de que la tristeza llegara la dibujaba o la personificaba en cuentitos. El abuelo aprendió. Al mes exacto llegó un dron y el Santa le dijo: me debe la mitad de las ganancias del año. Que serán para que los niños tristes se rían y disfruten de muchas cenas de navidad. Se introdujo al carruaje y se fue surcando el cielo de la tarde.
Un año después el abuelo se olvidó del compromiso. La niña desapareció. La soñó con harapos y pidiendo limosna. Ordenó que la mansión abriera las puertas y que los niños de la ciudad fuesen por su cena y su juguete. Por la mañana la vio dormida sobre su brazo. Será un día diferente y la besó.