Que extrañas son estas criaturas que inventaron calendarios y relojes para cronometrar sus latidos, dibujar cada esfuerzo en sus rostros, embriagarse con un mezquino puñado de libertad y esclavizarse y prosternarse ante cronómetros ajenos.
Ese tiempo es determinado por esa danza sideral de la tierra en busca de la calidez fría del sol que hoy clausura un ciclo e inaugura otro, calentándole el rabo moreno y sufrido de esta enorme bola habitada y desdeñando su rostro más colonialista. En rigor, nada sucede en el cosmos que merezca toda esta parafernalia y si los restantes planetas, cometas y meteoritos pudiesen emitir alguna opinión, esto sólo podría manifestarse como un catastrófico remezón equivalente a titánicas encogidas de hombro.
En el ámbito doméstico, este año nos ahorraremos una porrada de abrazos indeseables: energúmenos anónimos tragándonos en sus volúmenes sudorosos, señoronas que esquematizan el gesto y evitan el roce dejando la sensación de ser uno importunado por un espíritu, personajes ebrios que abrazan por abrazar, seres que esparcen buenos deseos embadurnados de salivaciones y todas las etcéteras que se replican año a año. Esta vez, serán los abrazos íntimos y fumigados de nuestros seres queridos los que revestirán de sinceridad este instante artificioso, originado por el movimiento de las esferas y sobre todo por esa necesidad vital que tenemos los seres humanos de reinventar nuestros anhelos aunque todo no sea más que el simple estallido de espumantes deseos.
Sea como sea y esperando que el cadalso de medianoche degüelle esta temporada infame y nos ponga de pie frente a otra incógnita, es mi deseo sincero que lo que nos reserva el destino sea mucho más esperanzador. Para todos y que ninguno se quede atrás. Un abrazo nacido desde el corazón.