EL BESO Y EL BESAR


“Casi todos sabemos querer
pero pocos sabemos amar”,
José José


No amo el beso sino el besar.

El beso es fuego y se consume a sí mismo en el acto aparente de besar, en tanto que el besar (propiamente dicho) es aire, es etéreo, es contemplativo como el sólo hecho simple de mirar. El beso es egoísta, es un devorador, es un depredador. No vive a profundidad el momento sino que se sacia del instante. No bien saborea un beso cuando ya se atraganta con el siguiente, con el que viene, con el que de pronto se le va, y no goza ni disfruta de lo que da. El besar se entrega, se brinda, se da a sí mismo antes que pedir del otro una respuesta. El beso avasalla, come, hiere, aniquila. El besar reconforta, calma, refresca, brinda seguridad. El beso no pregunta ni responde, se lanza a un abismo sin fondo hasta que es su propia asfixia quien lo detiene en su acezante y loca carrera de besar.

No amo el beso sino el besar:
El beso es deseo. El besar es amar.

El besar es amoroso, cálido, gentil. Es una caricia simbólica que toca sin tocar. Al beso lo traiciona la ansiedad. Al besar lo identifica la serenidad. El beso es cuchillo que hiere sin pensar. El besar pregunta, indaga, espera. El beso muere en el beso y resucita en el siguiente beso hasta morir sin saber si ha besado lo que quería besar, pues no tiene en mente nada que no sea el acto brutal y descarnado de besar. El besar verdadero no besa la dermis del amado sino que toca con dulzura su epidermis hasta llegar a su propia alma. El beso ataca el cuerpo, la piel, la boca, los ojos, los brazos, la piernas, los pliegues secretos sin saber lo que toca y por qué lo quiere o lo desea tocar.

El besar en esencia es afecto, ternura;
en tanto que el beso es beso y nada más…

Marzo 4 de 2020



EL BESO

El beso —como beso en sí— no dura tanto como quisiéramos, pero bien podemos prolongarlo eternamente.

Imagina que vas a besar: recrea el lugar, planea la hora, el encuentro. Recuerda cómo y cuándo conociste esa boca y esos labios que ahora quieres volver a besar. Revive el instante en que tus ojos la vieron por primera vez y de forma inconsciente tocaron con delicadeza esos labios. Busca en ti ese refrenado deseo y tráelo a este momento en que ella, hermosa, vaporosa, frágil, como entre un sueño, se acerca. No te precipites. Obsérvala. Deléitate en su andar, en su grácil figura y su mágica aura de misterio. No digas nada. Sonríele. Mírala fijamente a los ojos y dile con la mirada cuánto anhelabas verla. Extiende tus manos y recíbela como a una diosa del olimpo a quien ansioso esperas. Danza con ella entre tus brazos sin dejar de mirarla y sonríele sin decirle nada. Las palabras suelen romper el encanto del silencio. Permite que el calor de su proximidad te invada y te impregne de su perfume. Mírala con intensidad a los ojos y bésala con la mirada tan cálida y apasionadamente como en ese momento sientas. Ve deteniendo la danza y sin siquiera parpadear, ve acercándote a su rostro para que ella sepa -ya sin duda- que la quieres besar. Ve entreabriendo tus labios y cuando ella empiece a cerrar sus ojos (señal inequívoca de aceptación y entrega), posa suavemente tus labios con la delicadeza de una mariposa sobre una flor. No te precipites. No es un asalto. Es una conquista. Deja que los labios que ahora se entrelazan vayan poseyéndose mutuamente, dándose lentamente hasta penetrarse y entregarse con furia y ardor...

Pasado el momento fugaz y eterno de ese beso y llegado el tiempo del adiós y de las promesas, quédate contemplando cómo ella se aleja en medio de una nube de nostalgia y plenitud. Permite que una vez, sosegado el corazón y los sentidos, el recuerdo te invada y te lleve a recordar cada mínimo detalle y cada segundo de ese esquivo y ensoñador momento, para que ese beso perdure no sólo en el tiempo sino en la memoria frágil y veleidosa de tus labios...

Junio 4 de 2022
 


GerCardona.Bogotá-Colombia