El anuncio fue mi salvación. En la oficina de Recursos Humanos me explicaron que el trabajo era justo lo que prometía el letrero: sería Santa Claus. Pero no uno de centro comercial sino el verdadero Santa. Al principio no lo creí, pero todo era tan serio y mágico y verde y rojo que poco a poco me di cuenta de que aquello era verdad. La puerta del fondo nos llevó a Guía y a mí por un pasillo. Mi cuerpo cambió hasta ser el de un señor gordo, pálido y con barba abundante y blanca mientras avanzaba, pero mis facciones siguieron siendo las mismas. Entramos a un almacén enorme. Allí había todo tipo de criaturas fantásticas que trabajaban sin distraerse. Solo lo hacían al pasar junto a mí: “¡Bienvenido, nuevo Santa!”, “Sea usted bienvenido, nuevo Santa”, “Hola, nuevo Santa. Ya era hora de que llegara”.
Guía me presentó a una pequeña niña fantástica, Gnímine. Ella me dio instrucciones. Me dijo que todos los humanos alguna vez son Santa Claus. “Ahora has escogido serlo tú. Y llegaste justo a tiempo, ¿escuchas?, porque acabamos de perder al otro”. Le pregunté por qué habían perdido al otro y por qué había llegado yo justo a tiempo si era mayo. “¡Ay, no no no no! ¿Alguna vez alguien preguntará otra cosa? ¡No puede ser! ¡Aquí! —Tronó sus dedos frente a mi cara—, escucha. No te preocupes nuevo Santa, todos los que no llegan en diciembre me hacen esa pregunta. Escucha. Ah, sí, nuevo Santa hasta que salgas de aquí por primera vez. A partir de entonces serás ya el viejo Santa Claus. Ah, sí, sí, lo de mayo. Te explico. Aquí todo el año es día de navidad, sí, sí, ayer y hoy y mañana y el día que llega y el día que se va. Todos los días sale Santa a repartir regalos pero, no sabes a qué lugar del mundo irás, ni de qué año. Aquí vivimos todos los tiempos a la vez. Hoy puedes ir a —Señaló en un mapa— ciudad de Panamá 1936, mañana a Puerto Montt 2002 y después a otra ciudad en otro año. Visitas unas veinte casas por día. Tú no te preocupes por el año, los renos se encargan de eso. Y lo del otro Santa, escucha, eso es algo que debes saber. Santa debe ser imparcial, porque no debes juzgar lo que unos reciben distinto a otros. Santa no debe dejarse ver, porque por los ojos llega la empatía. Y Santa no debe sentir empatía, el porqué lo sabrás tú en su momento. Si pasa una de esas cosas, ey ye yei… deberás dejar tu trabajo”.
Los primeros días me equivoqué en muchas cosas como en dónde sentarme, dónde mantener las manos y, no distraer a los renos. Nada de cartas. No leí ni una sola; el trabajo está simplificado y hay quienes se ocupan de ello. A mí solo me entregaban los regalos, los revisaba sin juzgar, los subían al trineo y nos íbamos a recorrer el tiempo y el mundo. El trabajo era muy distinto del que hacen los Santas de centro comercial en donde empatía y condescendencia son indispensables. Donde los Santas se colocan en los lugares más visibles y donde padres y señores en traje rojo se juntan para engañar a las niñas y para engañar a los niños. Si aceptas ser el verdadero no debes sentir empatía por ningún nene. Y es difícil no sentirla al verlos dormidos con sus caritas rojas de esperanza y verdes de ansias por despertar para ver sus regalos. De Santa real no puedes mentir y por eso no te puedes dejar ver. Conocí muchas casas de muchos años distintos. Fue difícil lograr ser Santa Claus porque no sabes lo difícil que es ver triste a una niña de Sarajevo con apenas un regalo, o a un niño mimado recibiendo regalos enormes que ni aprecia ni agradece, o a tu propia madre siendo niña, sin poder decirle nada sobre ti, y sobre Santa.
Cuando ya había comenzado a hacer todo de manera eficiente, tocó visitarme a mí, de 9 años de edad. En mi casa esa fue la última Navidad junto a mi familia completa y la última antes de que me dijeran que no existía yo, él, Santa. Todos mis errores comenzaron desde que era niño, poco después de esa navidad. Cuando llegué ese día a verme y vi a ese pequeño tan inocente, tan sano, tan feliz, estuve a punto de estar a punto de derramar lágrimas. Me quedé un rato mirándome. No me desperté. Pero sí dejé mi nota de despido…
“Cuando estés harto y aburrido de la vida,
cuando estés a nada de mandar todo al carajo,
ve al fondo del callejón P. Norte y pide trabajo allí.
Atte.: Santa Claus.”
…y de contrato. |