Ya se dijo en anteriores entregas lo ancho que íbamos a estar en casa- por lo de los cupos- en nochebuena. Sin embargo nunca se cumplen las planificaciones. Y cómo los ibas a echar a la calle. Se presentó el cuñado Ricardo con toda la parentela y el allegado Juanito con la secretaria. A falta de pan bueno eran tortas. Al parecer Esperancita- que tal era su nombre- lo mismo le arreglaba los estadillos que le calentaba la cama. Pero asómbrense, el cuñado Ricardo no se conformó con los sobrinos sino que de paso se trajo a un pobre que encontró en la calle. Tomás de nombre. Y el tío era educado y comía con corrección. Aquello nunca había estado tan animado desde que el padre de mi santa me amenazó por rojo en un arrebato que le dio cuando el veintitrés efe. En fin, donde comen cuatro comen once. No les he hablado de nuestros retoños. Lo único que me sostiene en la casa. Cómo es posible que un tío tan feo como yo tenga unos hijos tan guapos. A veces me entra la duda de que no sea casualidad la anterior circunstancia. Pero, en fin, otra cosa no, pero mi rezadora de rosarios se sigue al pie de la letra las sagradas enseñanzas, pero que es chocante, la chica le da un aire a la princesa de Asturias- Leonor que es, creo, de nombre. Y con una educación que quita el hipo. Ya digo el sostén- el único- que a aquello me ata.
Pero a lo que iba, trinché el pavo, nos lo comimos, abrimos el cava y bebimos. Y después de tomar café nuestro invitado salió por peteneras y nos cantó con mucho sentimiento "los campanilleros". Tanto es así que al allegado Juanito se le saltaron unas lágrimas. Cuando los echamos fuera para cumplir los protocolos que no se querían cantear de allí de la "sopa" que llevaban.