Ocurrió que un día, en la floresta, nacieron unos gatos. Una pobre gatita tuvo la mala suerte de quedar tapada por una hoja que había caído de un árbol, cuando su madre recogió a sus hermanos para llevarlos a un lugar más tranquilo y seguro, a ella no la vio; como los gatos nacen ciegos, tampoco pudo ver a su madre. Así, la gatita quedó sola en el mundo y pasó mucha hambre hasta que el cura Eliseo la encontró al lado del camino que conducía a su casa, y se la llevó para cuidarla.
Tiempo después, el cura recibió la visita de su hermana Elena, ella oyó maullar al animal, se acercó, era una gata negra con el pecho blanco y ojos verdes, al verla le pidió a su familiar que se la regalara para dársela como obsequio de navidad a su hija de 7 años.
La casa de Elena tenía un arbolito con guirnaldas, junto a este, la pequeña hija disfrutaba ubicando las figurillas del pesebre que representaban a quienes, según la tradición, estuvieron presentes en la venida al mundo del hijo de Dios.
Elena tomó el novenario, junto con su esposo e hija, hicieron las oraciones del último de los nueves días consecutivos en los que se rezaban los distintos gozos en la víspera a la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Una vez terminado se dispusieron abrir los regalos de navidad. La hija abrió primero una elegante caja. Se le había dicho que su regalo de navidad se lo había traído el niño Jesús. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró lo que más deseaba, una mascota. Elena sonreía viendo a su hija Carolina, porque en sus ojos tenía esa expresión de felicidad y asombro.
Cuando la gatita por fin pudo empezar a andar por la casa, la llamaron por muchos nombres: Cloe, Diva, Greta, Iris, pero ninguno entendió, una mañana escuchó a Elena decir: "¡Carolina, Carolina! ¡Ven aquí un momento!". La pobre gata fue corriendo porque pensaba que Carolina era su nombre. Siempre que alguien llamaba a Carolina, allá iba corriendo, pensando que la llamaban.
Pasó el tiempo, y el felino se iba por más tiempo de lo habitual, luego volvía a la casa. Su dueña Carolina pensaba que estaba persiguiendo pájaros en los tejados, o emprendiendo aventuras felinas por las calles del pueblo. Una tarde, cuando su dueña regresó de la escuela, se percató que su mascota tenía un collar alrededor del cuello. Sospechando que tenía otra familia que la cuidaba, su dueña escribió una nota en una hoja de papel y la puso debajo del collar de la gata. “Su nombre es Carolina como su dueña”. Decía la nota. Luego esperó a que Carolina, se fuera nuevamente.
Al siguiente día, regresó con otra nota debajo de su cuello. Éste decía “Mi nombre es Catalina, tengo 7 años, la gata aquí se llama como yo, aparentemente tiene dos hogares, Atentamente, Los otros padres”.
Carolina ó Catalina llevaba una doble vida, pasando tiempo con otra familia, que a su vez pensaban que eran los únicos dueños. Todas las navidades las dos familias que siguieron compartiendo al felino, se reunían para celebrar con regalos, música y comidas típicas como: tamales, lechona, buñuelos, pollo relleno, carnes frías, natilla entre muchas cosas más, porque reunirse en familia es el valor que hace especial las fiestas, siempre será grato tener una excusa para celebrar. |