Era noche oscura
de lluvia y de viento.
Mojaba la lluvia,
el viento azotaba.
Caían las hojas
de otoño, mojadas,
sobre el campo seco,
de lluvia, mojado.
Un caballo viejo,
un zaino cansado,
venía, sereno,
al tranco, mojado.
Cargaba en el lomo
un niño moreno,
pequeño, mojado,
muy triste y sereno.
Dos lágrimas grandes,
con lluvia mezcladas,
surcaban su rostro.
Su cuerpo, mojado.
Llevaba en el anca
un bultito atado,
era leña seca
de lluvia, mojada.
A unas pocas leguas,
en la vieja casa,
la madre lloraba.
Su rostro, mojado.
Le pedía al ángel
que vuelva su niño.
El ángel, sereno,
mojado, esperaba.
Miraba la madre,
muy triste y serena,
el campo mojado,
la noche cerrada.
Miraba en las sombras
buscando, llorando,
la sombra del hijo
llegando, mojado.
Pasaban las horas,
muy lentas, serenas,
azotaba el viento,
la lluvia mojaba.
Por fin, a lo lejos,
en la madrugada
-triste y tan mojada-
desde la montaña
vio bajar al tranco
sereno, al caballo.
El caballo viejo
cuidaba del niño
y el niño cuidaba
la leña mojada.
Levantó los ojos,
serenos, mojados,
divisó su casa
¡tan pobre y mojada!
Y en la puerta estaba
su madre, mojada.
Se abrazaron fuerte
¡los dos tan mojados!
Mojados los ojos,
la ropa mojada,
mojada la leña,
la vida mojada.
Pero en ese abrazo
sereno y mojado,
estalló el milagro
y el ángel miraba.
Desde el cielo ancho
inmenso y sereno,
un rayo de luz
se clavó en el rancho.
Se esparció en el suelo,
se esparció en el aire,
llegó hasta los cuerpos
del niño y la madre.
Y secó al caballo
y secó la leña
y encendió los ojos
serenos, mojados,
del niño y la madre,
pobres y abrazados.
Era madrugada
sin viento y sin lluvia.
La lluvia cesaba,
el viento pasaba.
El sol fue creciendo
brillante y sereno.
Inundó de nuevo
las hojas y el campo.
Bajo el viejo alero
pastaba el caballo
seco y sin el peso
de bultos mojados.
La leña reinaba
sequita en el rancho
y el niño y la madre
cerquita del fuego
secaban la ropa
rezaban, serenos.
Y el ángel secaba
sus alas mojadas,
en tanto cuidaba
del rancho, el caballo,
del campo y la leña
y de ese amor intenso,
tan rico y sincero,
del hijo y la madre
que dormían, serenos,
cerquita del fuego.
Y el ángel miraba
con sus ojos buenos
y sus alas blancas
apenas mojadas.
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