Entonces,
en la suerte de tu paso por mi casa,
en el cuarto del beso,
en la fiebre del tacto,
distendido el cuerpo aún bajo tu sexo,
detenido para siempre el tiempo en el abrazo,
con las manos demoradas en tu espalda
-desnuda y desmedida-
apuro la hora de la vida
y me entrego, me resigno, me abandono
y te respiro
hasta volverte despiadadamente mío.
Entonces,
la piel es una flor a merced de la tormenta,
desborda el mar su furia en mi entrepierna,
grieta de tierra seca lacera mi garganta.
Y con la última gota de mi sangre,
con el último aliento,
en el último instante,
-agotada y a solas
con este amor que asusta-
me resuelvo tuya,
me asumo tuya
me juro definitiva,
irremediable,
despiadadamente tuya.
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