Noche de inquietud en los braseros humeantes, las promesas conforman una nube espesa mensurable en los instrumentos, son racimos de palabras difuminadas, intenciones, deseos, ansias que levitan sobre los ojos expectantes. La carne se dora en las parrillas de esta noche que se resuelve con sigilo a juzgar por las medias voces que apenas son audibles. En este campo minado que invita a meditar cada latido, las iridiscencias de los adornos se reflejan en las mascarillas que cubren intenciones. Desde algún balcón se desgrana el ritmo espasmódico de un reggaetón, siluetas se retuercen en esta penumbra nocturna y eso se podría interpretar como danzarines alocados inmersos en la temática de un cuadro de Goya.
De algunas copas estrelladas escapa su tintineo reverberante cortado a pique por un vocerío indefinido. No estalla la noche en mil petardos ni las flores ígneas de los fuegos de artificio coronan la opaca velada. Algo invisible se mece entre las ocasionales sombras, un presagio, o la misma noche, más noche que nunca y que ningún ladrido se atreve a interrumpir, La media luna entumece de tonos grises las calles solitarias.
Transcurren las horas con el jolgorio rebanado de incertezas y son risas manchadas de culpa, las parejas bailan esquivándose los labios, corretean los niños con sus juguetes nuevos y en algún rincón, un fogón crea sombras alargadas.
Y entre el placer y la culpa, un hombre hila recuerdos con su esposa.
-Noche de paz, noche de amor- dice ella.
-Querida, somos los juguetes de ese ser invisible- responde él, sonriente e irónico. La besa.
Y abrazados, porque refresca, se pierden en el umbral de su hogar.
Desligándome del ambiente gris del cuento, ofrezco una guirnalda que contiene luces de esperanza, destellos de sonrisas y la alegría visual de mejores tiempos para todos. Un abrazo grande.
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