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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / El secuestro de la Navidad

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La idea fue de él, claro, de Mariano. Al principio yo sospeché que era una tomada de pelo, pero cuando encontré la carta en el buzón del correo y leí esas letras redondas y bonachonas y llenas de jo jo jo, comprendí que para el correo del Polo Norte no había distancias imposibles.

Cualquier otro niño en mi lugar se hubiera sentido afortunado, después de todo Papá Noel se dedicaba a leer cartas y no a escribirlas. Si alguien recibía esa correspondencia se convertía de inmediato en una persona muy especial, al menos eso me dijo mi hermano mayor, Mariano.

En su primera carta Papá Noel me impuso una condición, solamente se cartearía conmigo si yo sabía guardar el secreto. Ni siquiera mis padres debían enterarse, solamente mi hermano Mariano porque era un viejo conocido suyo de correspondencias anteriores. Cuando leí eso entendí muchas cosas, por ejemplo la razón de que en cada navidad los deseos de Mariano se convertieran en sendas bicibletas, camisetas de fútbol originales y teléfonos último modelo, mientras que los míos se transformaban en puzzles, naipes o pelotas de goma que apenas rebotaban en el suelo.

Con las cartas que yo enviaba al Polo Norte a través de mi hermano Mariano, quería quejarme amablemente, convencer a Papá Noel de que este año considara, por favor, dejar en nuestro árbol de navidad otra consola de video juegos para que yo la pudiera usar en mi habitación, porque de otra manera mi hermano Mariano se la adueñaría para él solo o la compartiría únicamente con sus compañeros de colegio y amigos. Pero la siguiente carta que recibí contenía la misma cantaleta de siempre, mi obligación de aplicarme más en los estudios, obedecer a papá y a mamá a rajatabla y, sobre todo, ser paciente y generoso con mi admirable, hermoso e inigualable hermano mayor, Mariano.

A las cartas de Papá Noel yo las consideraba como sagradas, las tenía guardadas junto a mis álbunes de figuritas que había ido completando gracias al ahorro y a la privación de mis golosinas preferidas. Pero el gran respeto que yo sentía por las cartas se fue al tacho el día en que, sin pedirme permiso, mi hermano Mariano se llevó mi juguete más o menos valioso. Por supuesto me lo devolvió todo roto. Después nos enteramos que su deplorable intención había sido la de impresionar a una tal Rocío, una vecinita que lo traía loco de amor y cuyo correspondiente hermanito menor se había divirtido toda la tarde a costa de mi juguete preferido, claro.

Mientras yo estaba enfurecido con mi hermano Mariano, escuché un ruido en el buzón. Sin embargo el Boby no ladró ni siquiera un poquito, señal inequívoca de que el correo del Polo Norte me había hecho una visita. Salí corriendo pero al regresar a mi habitación no pude creer las palabras hirientes de Papá Noel. Me acusaba de ser un pendejo malcriado y consentido, que lo único que sabía hacer era provocar la desdicha de mi harmano Mariano, ahora castigado durante un mes sin fútbol ni consola de juegos. La carta de Papá Noel era larga e iba más allá todavía, y para resumirla debo decir que incluso se molestó en detallar los hechos que terminaron con mi juguete debajo de las ruedas de un colectivo. Resultó que la amiguita de mi hermano, esa tal Rocío, en un futuro no tan lejano tenía muchas posibilidades de convertirse en mi futura tía, la mujer que me daría los más hermosos sobrinitos y tanta felicidad, razón suficiente para que yo la absolviera de toda culpa, porque en realidad había sido ella (y no Mariano) la que piloteó mi helicóptero a control remoto sin pedirle permiso a nadie, con la inevitable consecuencia de que mi juguete voló por encima de los árboles en dirección a la calle donde encontró su trágico final, algo que perturbó tanto a mi hermano Mariano que incluso lo llevó a plantearse la posibilidad de dormir en la calle para mendigar y de esa manera recolectar el dinero suficiente para comprar un helicóptero igual o parecido, porque no quería regresar a casa y darme una noticia que me hubiera puesto tan triste. Pero Mariano no tenía nada de dinero, pobrecito, y no tuvo más remedio que enfrentarse al castigo impuesto por mamá y papá.

Otras cosas dijo Papá Noel en esa carta, entre ellas algo que me hizo llorar aún mucho más, ya que a ningún chico le gusta recibir la traumática noticia de que es adoptado.

A los pocos minutos mamá pasó frente a mi puerta y me vio con la cabeza hundida en la almohada. Cuando escuché sus sandalias avanzando por mi habitación, escondí la carta debajo de la almohada. Mamá repitió la misma pregunta dos o tres veces ¿qué te pasa, hijo? pero yo no estaba dispuesto a contarle la razón de mi llanto aunque mamá insitió tanto que al final terminé aflojando. Pero la versión que le conté estaba un poco cambiada, había sido un chico del barrio quien me dijo que yo era adoptado.

La respuesta de mamá me tomó por sorpresa. Según su consejo, la próxima vez que alguien intentara herirme con palabras, yo tenía que defenderme sin dudarlo y responder con un sencillo "callate, culo roto", agregando que en el barrio corría el rumor de que su verdadero papá era el sodero.

Cuando papá se enteró de mi situación me llamó desde su taller, donde lo encontré como siempre con las manos y el mameluco todo engrasados y con un cigarrillo bailándole en los labios. Nunca antes le había visto esa mezcla de sentimientos en la mirada, de impotencia, compasión, bronca. Su consejó fue más extremo que el de mamá. La próxima vez que alguien me hiriera con palabras semejantes, papá me daba autorización para defender mi honor a las trompadas si era necesario.

El único que me ignoró en ese momento tan difícil fue mi hermano Mariano. Según me dijo, estaba demasiado ocupado acondicionando su habitación para recibir su próximo regalo de navidad, una consola de juego de última generación, la cual solamente compartiría con sus amigos y con "nadie más". Yo le pregunté por qué "con nadie más", a lo que Mariano respondió que por consejo de Papá Noel.

Entonces me fui corriendo a mi habitación donde lloré otra vez con la cara hundida en la almohada. Y aunque mamá quiso consolarme y saber el motivo, esta vez yo no quería revelarle nada. Pero mamá era una mujer que no se daba por vencida y al final consiguió que le dijera la verdad: Papá Noel no quería que yo disfrutara de una consola de juegos, entonces mamá respondió acariciándome la espalda con sus manos tan amorosas, intentando persuadirme de que a veces nuestra imaginación nos jugaba una mala pasada, porque en realidad Papá Noel era un ser maravilloso que solamente le deseaba lo mejor a los niños obedientes como yo. Pero eso no era verdad, ese Papá Noel era un farsante que se había ensañado conmigo. Sin embargo disimulé que mamá tenía razón.

A partir de ese momento, entre Papá Noel y yo, comenzó un intercambio de correspondencia cada vez más violento. Cuando Papá Noel me decía malcriado, yo le decía necio, cuando él me trataba de estúpido, yo le decía infradotado, cuando él me llamaba enano de jardín boludazo sin futuro adoptado, yo le decía orangután culo roto hijo del sodero, entonces él me dijo que me olvidara de recibir más regalos, a lo que yo le advertí que ni se le ocurriera poner un pié en mi casa, porque se iba a arrepentir.

Esa fue nuestra última carta.

Como mi amenza iba muy en serio, puse manos a la obra. En una hoja hice una lista de las cosas necesarias: galletitas de chocolate (señuelo), un somnífero potente (esto lo conseguí fácilmente del cajón de la mesita de luz de mamá, donde había pastillas para dormir que habían sobrevivido a su época más difícil), una larga soga (para amarrar a Papá Noel) y un pasamontañas (para ocultar mi rostro).

Esa Noche Buena en mi casa había un montón de visitas, gente que yo quería mucho. Sin excepción a lo largo de la noche, le pregunté a cada uno de mis tíos y primos si era verdad la existencia de un tal Papá Noel. Las respuestas que recibí se repartieron entre el Sí y el No en cantidades más o menos iguales. Sin embargo la respuesta más interesante fue la de mi tía Doli, quien estaba convencida de que Papá Noel y el ratón Pérez y el abominable hombre de la nieves solamente existían si yo creía en ellos. Después de escuchar esto, esperé a que el reloj marcara las doce de la noche y siguiera avanzando lentamente hasta que los invitados se fueron a dormir.

Entonces en plena madrugada escuché unos ruidos extraños en el patio, pero no se oyó ningún ladrido del Boby. De pronto se sintió un golpe seco y entonces salté de la cama en puntillas de pié en dirección a la ventana donde había dejado el platito con las galletitas de chocolate. Del otro lado del vidrio estaba Papá Noel colgado de las patas, atado por una soga a la rama del árbol. Cuando abrí la ventana y lo oí balbucear comprendí que el somnífero comenzaba a hacer efecto.

Papá Noel se desperó una hora más tarde en el piso engrasado del taller. Yo lo había amordazado y atado de piés y manos. Mi pasamontañas tenía tres agujeritos, dos en los ojos y otro en la boca. Con él quería amedrentar a mi víctima. Además le puse un pié encime de su voluminoso vientre y con una voz lo más varonil posible le dije:
--Feliz Navidad, maricotas.
Papá Noel abrió grandes los ojos y empezó a moverlos en todas direcciones, como si no entendiera nada. En realidad me parecieron unos ojos muy apacibles y bonachones aunque yo no estaba dispuesto a caer en ningún engaño, sabía muy bien lo que esos ojos escondían detrás.

El taller de papá estaba en completa oscuridad, lo único que brillaba era el rostro de Papá Noel alumbrado por mi linterna. Le dije:
--Si sos tan valiente repetime lo que le dijiste a aquel pobre chico en tu última carta, eh. --Le saqué la mordaza y esperé su respuesta, con la cual pretendió despistarme:
--¿Quéeeee...?
--Ahora no te hagas el tonto, orangután culo roto. --Y cuando terminé de decir esto usé mis uñas para arrancarle de la nariz varios pelos largos y blancos. Papá Noel emitió fuertes gritos de dolor y a continuación recibió una certera cachetada que lo dejó pensando. Luego dijo:
--Yo solamente vine a dejar en el árbol de navidad dos consolas de video juegos, una para Mariano y otra para su hermanito manor, Santiago.
--¿¿¿Para quién...??? ¿¿¿Para Santiago...??? ¿¿¿...????
--Sí, este año se portó muy bien, pobrecito, un verdadero ejemplo para los demás niños. Soltame, por favor, que quiero hacerle ese regalo.
--Ejemmm, ejemmm...

Después de haber recibido mi certera cachetada, la cabeza de Papá Noel había perdido su pintoresca gorra, en cuyo interior titilaba una luz pequeñita y colorada.
--¿Qué es eso? --Le pregunté señalando esa luz misteriosa.
--Es una alarma satelital --contestó Papá Noel con total parsimonia, y agregó --la contraté en caso de robo o secuestro. Ya tuve demasiadas malas experiencias en este barrio peligroso y lleno de delincuentes.

No llegó a terminar su frase cuando las patrullas de la policía frenaron en la calle, hasta que el portón del taller se abrió violentamente y entonces ingresaron los policias por delante de mamá y de papá que no entendían lo que ocurría, igual que mis tíos y primos autoconvocados, mientras yo me sacaba el pasamontañas de la cabeza para ver con mayor claridad a los renos en el patio, al trineo con su montaña de regalos, y por detrás de ellos la silueta de mi hermano Mariano abriendo grandes los ojos y agarrándose fuerte la cabeza, con los ojos fijos más en Papá Noel que en mí, como si no pudiera creer lo que estaba contemplando.

Texto agregado el 23-12-2020, y leído por 326 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
04-02-2021 ¿Cómo se me había pasado este cuentazo? Es buenísimo. Es gracioso, tierno y conmovedor. Me encantó. IGnus
16-01-2021 Un poco tarde pero disfruté mucho con esta lectura. Una ternurita. Gracias. Clorinda
10-01-2021 Una comedia de equivocaciones en plena Navidad con un chicuelo que me recordó al de Mi Pobre Angélito por su manera de urdir una celada para el supuesto Papá Noel. Te dejo un abrazo grande, amigo y felicitaciones por tu creatividad. guidos
30-12-2020 Que bonito cuento, me atrapo de principio a fin. Por un momento crei que habia atrapado a su papa y fue cuando me sorprendio el final. jaeltete
24-12-2020 Me encantó, me encantó!!!! Bravísimo! MujerDiosa
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