Vengan, vengan mis tesoros, acomódense junto al fuego. Les voy a contar una historia antes de que el reloj nos de las doce. ¡Ya pronto será Navidad!
¿Cómo se llama, abuelo?
A ver, a ver mi adorada Georgina... ¡Ya sé! le pondremos "Rodolfo antes de Rodolfo".
¿Trata de Rodolfo el reno?
Es un reno, sí. Uno muy especial. Vengan mis amores, escuchen con atención. La historia comienza así:
Rodolfito, desde que nació, miraba el cielo. Adoraba la conjunción de estrellas, las auroras boreales y las estrellas errantes; pero había una fecha mágica en la cual nuestro pequeño reno sentía especial deleite, y esa era Navidad. Se quedaba extasiado observando en el cielo nocturno las muchas ráfagas chispeantes producidas por el trineo de Papá Noel en sus idas y vueltas de aquí para allá, de allá para acá, en un frenético vaivén por entregar los regalos a tiempo. Sentía gran admiración por los renos mayores, así llamaba él a los renos que tenían el privilegio de volar en el trineo navideño. Soñaba secretamente con que él también era uno de ellos. Esto se mantuvo por años hasta que creció y fue lo suficientemente fuerte para arrastrar, junto a su padre, el trineo de la familia que los acogía. Una muy buena familia por cierto, que los trataba con cariño y respeto, compuesta por padre, madre y tres niños pequeños que se escapaban con frecuencia a jugar con él.
Solían ir al pueblo por víveres, fue así que trotando, trotando, en uno de los viajes de regreso, Rodolfo sintió que el trineo venía más liviano que de costumbre. Al parecer el padre no tuvo mucho dinero pues compró pocas cosas. También notó que el hombre, mientras guiaba el trineo, observaba cada tanto un pequeño paquete por el cual pasaron a la farmacia. Se le veía apesadumbrado, triste. Rodolfo recordó que había escuchado al padre y a la madre conversar y que él lloró cuando ella dijo una palabra: cáncer. Él no sabía su significado, era primera vez que la escuchaba, pero de solo recordarla se estremecía.
Siguió trotando rapidito para llegar pronto al hogar, mas de forma repentina una gran rama se desprendió de un inmenso pino y fue a caer justo sobre Rodolfo y su padre. El hombre quedó a salvo y veloz llegó hasta ellos, pero nada pudo hacer por el reno más viejo. Mientras que Rodolfo, si bien se veía entero, tenía un grave problema en su interior: un trozo de costilla le clavaba el corazón, pero aquello no le dolía tanto como pensar en el hogar, la familia, y los niños asomados en la ventana, esperando ver llegar a lo lejos la sombra que a medida se acercase confirmarían que era papá. Sacando fuerzas de flaqueza Rodolfo continuó arrastrando el trineo, sus lágrimas plateadas caían confundiéndose en la nieve tras dejar a su propio padre atrás. Un metro, diez metros y más. Todos los que fueran necesarios, hasta dejar a su amo en la puerta del hogar. Su corazón reventó. Su hermosa luz se apagó.
Pero en el cielo está Dios, que todo lo observa. Él bajó junto al alma de Rodolfo a preguntarle: ¿Qué quieres que haga por ti?
Rodolfo, recordando el pequeño paquete del trineo, respondió: Que la familia esté sana...
Dios concedió su deseo y no sólo eso; también por su inmensa entrega y amor, premió al noble Rodolfo con una hermosa cornamenta, convirtió su nariz en un pequeño pero potente faro para ayudarle a esquivar los obstáculos en la oscuridad y luego, en un plis plas, se lo llevó al polo norte donde vive Papá Noel, a quien le dijo: Viejo y querido amigo, en este mundo cada vez más egoísta y esquivo en donde es tan difícil encontrar desprendimiento y solidaridad, yo he encontrado un ser que no solo es muy generoso, sino también que te admira profundamente desde que era pequeño. Él siempre soñó con acompañarte en tus viajes, te ruego lo acojas, y dicho esto le presentó a Rodolfo... el reno.
Y es así que la primera casa que visitan, es la cabaña que un día lo cobijó.
Ni bien terminan de sonar las campanadas de las doce se escuchan los cascabeles del trineo acercándose al hogar. El abuelo sonríe, sabedor de un hermoso secreto ancestral.
Era Rodolfo el reno que tenía la nariz...
M.D
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