Es media noche y por la ventana llega una brisa de un mar lejano. Del monitor, ella lee un poema en voz baja y se ve en su juventud. Inquieta, va hacia la cocina para tomar agua. Regresa y vuelve a leer. Con prisa escribe un comentario. Se desviste. En la penumbra, el esposo la espera por su cuota de intimidad. Media hora después se ducha y el agua tibia la asocia con un fragmento de la poesía. Mañana será un día de trabajo duro.
En un pueblo distante él da lectura a los comentarios que su poema ha motivado. Uno de ellos dice: “La forma en que ofrece sus versos se aparta de lo clásico. Pero es más audaz. El contenido es de un erotismo que sacude, sin que tropiece con lo vulgar”. Sonríe, y contesta dándole las gracias. La invita a intercambiar opiniones, por lo que añade su dirección electrónica.
Ella sale muy temprano a caminar. Desayuna e inicia labores de supervisora de una editora de libros. Él es un agente viajero que se dedica a la venta de refacciones para autos. A ambos les queda algún tiempo libre que lo disfrutan contestando mensajes de agradecimiento a las personas que reseñan sus escritos, después coinciden ocasionalmente para platicar por el Messenger. Ella en su casa, él cuando encuentra el servicio en los pueblos que visita.
Veinticinco años atrás.
Los turistas salían del hotel en grupo, a ella le decían "pequeña". La tarde se hizo oscura. Los aparadores fulgían sus luces multicolores. Ella miraba en los aparadores: el vestido, la bolsa, el zapato, y la orfebrería trabajada en plata. Pero había un collar, que no estaba en ninguna vitrina. ¡Un collar! Lo vendía un artesano que los teje con hilo color de luna y los forja con grecas, cruces y piedras entreveradas; es el amarillo el color que resalta.
– Es la piedra del tigre, así le decimos por allá de donde vengo. Mire, tiene forma de corazón y será de buena suerte para el amor. cómpremela güerita. Se colgó el collar y el corazón atigrado parece sentirse bien en el nacimiento de sus pechos. Las mujeres maduras ríen y aplauden el buen gusto. Caminaban en grupo mirando las estatuas que adornan la banqueta y llegaron a la alameda donde un saltimbanqui actúa.
Él llegó a la ciudad para hacer un curso sobre ventas. Tendrían una ceremonia con algunos empresarios. Faltaban dos horas y decidió dar un paseo. Poco después, se encontraba entre la gente que aplaudía las gracias del bufón. Al terminar se inició un aguacero.
Él encontró una saliente de un pequeño kiosco y ella también. Está inquieta, nerviosa, viendo para todos lados tratando de encontrar a las compañeras de viaje. Él se percata.
— ¿Busca a sus familiares?
Ella no supo qué contestar.
— No desconfíe, —dice— sólo trato de ayudar.
Ella sonrió nerviosa.
— Gracias. —dijo despacio.
El chubasco no cede y la humedad redobla el frío. Ella tiembla. Él sacó el paraguas.
— ¿Desea que vayamos al café que está enfrente?
Los dos bajo el paraguas tenían que mirarse y él vio el color azulado de su iris.
—Sus ojos tienen la belleza del cielo.
Ella se sale del paraguas y mira hacia arriba. Él sorprendido. Luego irrumpe en una franca carcajada.
—Es usted muy irónica… sólo quise decir del cielo limpio, no éste…
Casi para llegar al restaurante,
—Lléveme a dar una vuelta, hay una estatua que no pude verla. —le dice.
— Nos vamos a mojar más.
— ¿Es de sal?
Se van perdiendo entre el agua y el correr de la gente. Sonríen. Al salir de la arboleda ella escucha que su nombre es pronunciado a coro.
—Allí están mis amigas, ¡es usted muy gentil! -Corre hacia ellas.
Él se quedó atónito. Tocaba su boca sin creer aún que los labios de ella lo habían besado. Preguntándose el por qué. Ella se perdió de su vista cuando alcanzó al grupo de amigas.
Presente
Es un correo electrónico que ella lee.
“Este día ha sido pesado. Tuve que internarme entre los pueblos del valle con temperaturas hasta los cuarenta grados, o más. La venta fue pobre, regresé al hotel empanizado de polvo, cansado y pidiendo a gritos un baño. Tu correo es un estímulo para no enojarme con la vida. La lectura que me ofreces de la visión del principito me produce una emoción plena, me hace verte rodeada de niños, escuchando atentos las historias que les cuentas”.
Ella le hace llegar una serie de fotos. Una llama la atención: es una joven demacrada, de mirada ausente. Está recostada en una poltrona. Explica en el correo que un día antes tuvo vómito, que recién había llegado de un largo viaje.
En la noche, entre sueños veía los ojos de la joven: parecía un ave que entraba y salía por la ventana de su mente. En la mañana decide ampliarla y observa que el vómito no puede dar una mirada tan lejana. Se lo refiere. “Eres muy imaginativo” -le contesta. Él no insistió pero a hurtadillas veía la foto y descubría la sensación de haberla conocido antes; sin embargo meditó que la confusión era lógica, pues tenía fotos de ella actuales.
La ocupación de ella era adiestrar a los trabajadores para facilitarles la venta de los libros, así como supervisarlos en el campo. Ese día terminó y estando cerca de la casa de sus padres fue a visitarlos. Su mamá salía del baño. Sentada en el tocador le ordenó: “Por favor, ve a mi recámara y tráeme mi collar de oro… si no lo encuentras allí, mira en el guardajoyas que me regalaste”.
Efectivamente no estaba en el primero y miró en el segundo: Era una canasta de mimbre de colores, y recordó el obsequió que hizo a su mamá. Tomó el collar de su madre, pero arrastró otro al mismo tiempo. Al observar los cordones de plata que servían para mantener fijas las obsidianas, recordó el viaje, la compra, la tormenta. Se percató que la piedra atigrada del collar había desaparecido. Sutil, le comentó:” ¿No te acuerdas? ¡Qué memoria tienes! me dijiste que te lo guardara y eso hice, allí está, como me lo diste. Nunca más lo volviste a mencionar, pero si deseas… llévatelo”—Le contestó su mamá.
Tanto para él como para ella, el tiempo se fue de prisa. Los sueños se quedaron en alguna parte de la vida y llegaron los deberes y la crianza de la prole. Muchas alegrías se abrieron a medida que los hijos crecían; el tiempo era un constante caer de hojas en las que las obligaciones entraban temprano y salían muy tarde. Es como estar en un permanente claroscuro, o como si los días hicieran la misma coreografía. Ella estaba unida con un corredor de bolsa, hombre prudente, sin tacha, que le exigía atención. Él, en otro punto de la tierra, se percató que el sueldo que ofrecía una empresa sólo es para subsistir, por lo que intentó abrirse paso por sí mismo; pero las condiciones del país no favorecían. Salía muy temprano y dormía en hosterías pobres para no excederse en gastos. El tiempo se le iba en visitar pequeños talleres y ofrecerles su mercancía.
En los últimos años los días iniciaban con ese gris sucio y a medida que volaban las horas, el gris cambiaba a un verde tierno. Leer los correos que intercambiaban los reconfortaba. Para Navidad habían acordado intercambiar regalos, sin tener que comprarlos. Algo de ellos.
Al abrir el paquete él se encontró con un collar de obsidianas sujetos por hilos de plata; ella con una piedra en forma de corazón con un ámbar trozado por rayas negras que le recordaba los destellos amarillos de las lámparas y la penumbra parda de los álamos. |