La luna sin saber, está construyendo ilusiones. La luz sobre la piedra, hace un efecto directo en la sangre. La noche, en general, es un condicionante gigante en el pensamiento. Pronto se revela la ciudad recostada entre esas montañas gigantes. Justo al momento del fin de la madrugada, cuando las primeras calles y avenidas, aun semi desiertas, están habitadas por pocos humanos y automóviles; cuando las luces del alumbrado público están aún encendidas. El frío detenido en todos los ambientes, también da la bienvenida. Las paredes de las casa en las grandes avenidas, tienen las palabras de ahora invisibles autores, que en las noches convierten los muros y paredes en espejos de sus ideas. Especial hora esta. En la que las montañas comienzan con la danza de los colores sobre sus faldas; danzas que dura lo justo y necesario, tiempo que permite alimentar de vida a las miradas de las existencias madrugadoras. Los ambientes diferentes de la ciudad, se abrazan, la única vez en las cuarenta y ocho horas, en el momento del amanecer; están unidos por un solo silencio, y por un mismo color, sin la presencia aún de los automóviles, buses, camiones, del tránsito, del ruido, de la gente. Es la hora cuando el rito humano que busca las esencias perdidas, suena a lamento de campanas. Y entre las últimas sombras se retiran los marginales habitantes de la noche.
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