Cuántas veces no me arrepentí de habérsela endosado en su momento al Juanito. Pero si le iba hasta bien, con toda aquella cursilería conjuntaban. Pero la avaricia rompe el saco, y allí la tenía, embarazada, en riesgo extremo de pandemia y amenazando con ponerle a la niña Covid. Y todo por llevarme el incierto honor de matrimoniar con alguien importante. Me lo decía a mí mismo muchas veces. Aquello estuvo muy mal programado. Y de paso el Juanito con un encoñamiento que un poco más y lo tenemos que enterrar. Vamos, que si lo sé deshago las futuras nupcias allí mismo e ipso facto. Que tampoco era para tanto el amor que nos teníamos. Eso sí, buena sí que estaba. Lo de las tetas y las carretas, bien dice el refrán. Con decir que lo sigue estando, y bastantes años después. Es que nos tiran mucho los envases y hay que reconocer que la chica estaba muy bien envasada. Pero con otra me habría ahorrado discusiones sobre la quintaesencia del ser; que es básicamente lo que nos traemos y llevamos desde aquel infausto momento.
Ahora me dice que no: que me la quede para mí toda. Y es que ya lo ha superado. Las vueltas que da la vida. Bien lo decía mi tío Arturo- que en la residencia el porvenir descanse. Por cierto, le tenemos que hacer una visita estas navidades. Le llevaremos un poco de ron, al que siempre ha sido aficionado.
Por otro lado, si hacemos cuentas y cumplimos los cupos no nos cabe la familia entera del cuñado Ricardo. A ver cómo le decimos que sólo pueden venir tres para no pasar de los diez. O bien decirle al allegado Juanito- el pretendiente- que venga solo. En fin, no sé cómo lo haremos, pero les mantendré informados.