Ahora que lo miro con perspectiva, saco lecturas nuevas de aquel mundo ya de por sí novedoso. La ciudad tenía el tamaño justo para no fagocitarnos. Era un mundo que entraba en nuestras cabezas adolescentes. Todo era racional y en su medida razonable, hasta en cuanto a tamaño se refiere. Un campo de pruebas bastante practicable. Allí andamos en bici, visitamos la playa, conocimos gentes, anduvimos y desanduvimos caminos y erramos pasos, acertando con otros, como hubiera ocurrido en cualquier otro lado. Lo que no hicimos fue jugar al squash. Éramos "proletas" antes que otra cosa. Proletas del gremio de los estudiantes, pero proletas. Bebíamos cerveza y jugábamos al billar. Al de los tontos- al americano-, quedando para las élites el de las carambolas a banda. Pero éramos jóvenes y ello lo compensaba todo. Lo que quiero decir es que veníamos del mundo obrero siendo de las primeras generaciones que entramos en masa en las Facultades y estudios universitarios. Merced a ello habría abogados, médicos, ingenieros, de abuelos republicanos. Significativamente, me refiero. Aquella democracia universitaria se había ido gestando durante largo tiempo. Por fin habría diagnósticos y dictámenes emitidos desde el otro lado. La perspectiva ideológica es predicable en cualquier ámbito. La vida nos lo ha enseñado.
Y lo digo- lo del squash- porque en mi camino matinal me topaba con una instalación de esta novedosa práctica, para la que uno ni tenía tiempo, ni era, aunque lo hubiera tenido, socio. Mi ración de deporte era sobradamente cumplida por unos trotecillos que me pegaba jardines aledaños de nuestra casa. Y el caso era que aún fumaba. Era un deportista lleno de contradicciones. El ponerte a estudiar y empuñar el ducados e incinerarlo era todo uno. En aquel piso, pese a no ser todos fumadores, pasaba tal perniciosa costumbre bastante desapercibida. Eran otros tiempos. Más rudos. En este avance hacia la sofisticación que es nuestra historia moderna, in ille tempore el vicio encajetillado se tomaba como algo desapercibido, liviano.
Y todo esto venía al cuento de nuestra onda proletaria. Bien pensado, también, por aquellos tiempos empezó un camino vertiginoso hacia el progreso. Todo se importaba y se adaptaba a nuestras circunstancias. Con la democracia empezamos a rumiar todo lo que venía de fuera. Al squash lo he mencionado como ejemplo de todo un proceso. El proceso “squash” podríamos llamarlo. Un proceso que acentuaba más las distancias entre la población en general: que distinguía entre los que estaban “in” y los que permaneceríamos siempre en “out”- como también se decía. En adelante estarían los que tenían capital para probar todas las novedades y los que no. Suerte que la imaginación era gratis. Fue por aquel tiempo que pergeñamos la estafa piramidal de la que se ha hablado en esta historia verdadera. Y funcionó algo, como se contará en siguientes entregas.
- Tan emocionante como el squash – hubiera dicho Rebolledo, seguramente, de no haber pasado a la historia de los célibes, como ya se ha narrado, y haber dejado el piso.
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