Ana Bertilia, convencida del amor que José Joaquín le profesaba, decidió unirse a él de por vida. La fecha de la boda fue definida, al igual que el número de invitados. Durante dos semanas la costurera trabajó diseñando cuidadosamente los 6 paneles del paracaídas hasta convertirlos en un sencillo vestido de mangas largas con un cuello enrollado, una estrecha cintura y un lazo que se anudaba detrás en un moño. Cuando el vestido estuvo terminado la costurera se las ingenió para convertir el resto de los materiales en una camisa para el novio.
Los padrinos fueron saliendo en el camino, escogieron una pareja casada con el propósito de que sirvieran de ejemplo como guía para el matrimonio. Las argollas fueron entregadas en el tiempo estipulado, solo faltaba preparar la documentación necesaria para los trámites. Sin embargo, José Joaquín, pasó del amor al desconcierto por primera vez. El deseo de convertir a Ana Bertilia en su esposa se vino abajo. El cura con voz conmovida le expresó que no podía cumplir el sueño de llevar al altar a su novia, pues ya estaba casado. En los libros de la casa cural aparecía como esposo de Zunilda Alfaro Chamorro.
José Joaquín intentó desmentir ante familiares y ajenos esta supuesta unión, pero todo fue en vano. Alguien lo había suplantado. Decidió viajar a la capital, poner la denuncia y traer todas las pruebas necesarias para aclarecer la verdad, pero pronto pasaría al desconcierto y la perplejidad por segunda vez.
Después de muchas horas de trámites lentos, y procesos burocráticos, en la entidad estatal precisaron que su identificación se encontraba dada de baja porque había fallecido. Le dijeron: “Lo sentimos señor, usted está muerto”. Supuestamente aparecía en los registros como asesinado. Sin entender nada de lo que le estaba pasando, y ante la mirada confusa de muchos de sus allegados que no podían creer que el hombre que tenían al frente apareciera primero casado y ahora como difunto, decidió hacer su propia investigación. Tras varios días de indagaciones llegó hasta la residencia de Zunilda.
Cuando comprobó que era la dirección correcta, hizo sonar la aldaba. En la puerta apareció una mujer de aspecto mayor, aunque solo tenía treinta años, llevaba un vestido largo y una pañoleta en la cabeza. José Joaquín quería saber lo que estaba sucediendo, pero la mujer dijo que no lo conocía. Enfatizó que, si había conocido a alguien hace mucho tiempo con el mismo nombre, pero nunca tuvo ninguna clase de relación.
Durante medio siglo, Joaquín figuraría como un hombre fallecido. Jamás pudo casarse por la iglesia o sellar su unión ante Dios por las dificultades del trámite, ni tampoco votar, un derecho sencillo para un mayor de edad que hasta entonces tampoco ejerció por considerarse muerto.
Poco a poco fueron llegando los hijos, para Ana Bertilia aquel incidente de vivir con un hombre casado que no vivía con su supuesta esposa pasó al olvido, al igual que su vestido de novia que nunca usó. Pero José Joaquín, el hombre que no existía para el mundo, se moría por estar vivo y recobrar su vida. |