Ese no era el lugar, para que surja el amor no se necesita un castillo encantado ni ser de noble cuna ni una Reina de belleza, ni un Príncipe azul. Ella era una morena de cuerpo esbelto, labios provocativos y buenos pechos. Él era un hombre de buen aspecto, amante de las leyes. Se conocieron en el parque del amor y después de unas cuantas palabras, se fueron al motel BUEN LATINO, ubicado en pleno centro de Cali. En una alcoba de mala muerte, ella le contó que muchos hombres pasaron por su vida, como buitres devoraron sus carnes, pero ninguno se atrevió a probar la dulzura de su alma.
Él le contó que salvó a muchos hombres de ir la cárcel; a otros los envío a prisión, por él los habría mandado a la horca. Era un hombre que respetaba las leyes y acataba cualquier sentencia, así no fuera de su agrado. Se dedicó tanto a las leyes que se olvidó del amor, pero en su vejez no pudo escaparse de las garras de cupido. Antes de hacer el amor tomaron vino y hablaron de historias que nunca llegaron a un final feliz. Ebrios de tanto tomar vino, probaron la delicia de la carne. Ella lo desnudó prenda por prenda. Él le quitó el vestido,
las medias de seda, el brazier y los tacones, solo entonces se dio cuenta que ella no era Juana, sino Juan, aún así se dejó seducir por la dulzura de esa mujer que lamentó no haberlo conocido antes, de esa manera hubiera evitado el VIH
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