Para toda la vida
Eran casi las cinco de la tarde y él se apresuró a preparar las dos tazas de té que compartía con ella.
Se conocieron una noche húmeda y calurosa de verano, se miraron y se gustaron, ella era un torbellino de alegría, sensualidad y desparpajo, él la miró con sus ojos tímidos de chico del interior y se enamoró en ese mismo momento, esa noche ella lo invitó a bailar y el aceptó complacido, bailaron muy juntos, respirándose peligrosamente cerca, esa madrugada se despidieron con un beso en la mejilla y con la mirada segura de que volverían encontrarse.
A los dos días se vieron y entre los dos no contuvieron ese vórtice descontrolado de pasión, a partir de ese momento viajaron juntos, hacían el amor en cualquier momento y lugar, jugaron y se amaron con desesperación. Ella se había jurado no casarse jamás, su sueño era viajar por el mundo, su necesidad de aventuras y su libertad eran incontenibles.
A los cuatro meses se casaron jurándose amor para toda la vida. Si bien ella tenía más experiencia supo encontrar en ese amor todo lo que la complacía. Sus días eran impacientes hasta que llegaba la hora de encontrarse, los dos trabajaban y no por casualidad en el mismo lugar, el padre de una amiga de ella arregló su ingreso al mismo trabajo, salían felices y volvían juntos al departamento que había logrado alquilar con algunos ahorros y la ayuda de amigos, el lugar era espacioso y lo decoraron confortablemente, único para ellos, aunque pasaban más tiempo en el dormitorio que en cualquier otro lado. Al año y medio nació su primera hija y a los once meses la segunda, hubo en el medio travesuras, viajes y momentos intensos, criaron a sus dos niñas sin saber cómo ser padres, pero con un amor tan profundo como el que se tenían .
No todo podía ser perfecto, el perdió su trabajo y ella fue perseguida por los militares allá por el 76, la tenían marcada por su forma de ser y alguien, hija de un militar le había jurado vengarse, tan solo por envidiar su alegría, su belleza y su descaro para expresarse libremente.
Al poco tiempo dejó su trabajo y buscaron refugio lejos, en una casa quinta prestada por un familiar, que les dio alojamiento a cambio de trabajo servil. No les importó, lucharon juntos por salir de esa situación, solo que sentían que se iban alejando, ella pasaba sus días criando a sus hijas, no se veían hasta entrada la noche, cuando el regresaba sin haber encontrado trabajo. Fueron tiempos difíciles, las sonrisas fueron desapareciendo, pasaron hambre y frío, sin embargo un hilo invisible los mantenía unidos. Las nenas crecían y a los tres años lograron salir de ahí y se mudaron a una casa en el sur del conurbano bonaerense, él se asoció a un hermano y comenzó a ausentarse todo el día, llegaba cansado y no de buen ánimo, ella comenzó a extrañar su alegría, la pasión que los había unido, y el tiempo, brutal, desalmado, atroz, implacable, seguía su curso.
Habían pasado diez años, ella quería con locura tener un hijo varón, él se negaba a tener más hijos, lo logró, a los diez meses nació su hijo varón y a los dos años siguientes su última hija, criarlos no fue fácil, ella pasaba largas noches desvelada con los pequeños, mientras cuidaba el descanso de él.
Los años transcurrían ninguno de los dos supo si se habían traicionado mutuamente, si existió alguna aventura, que seguro las hubo, no se cuestionaron, si bien tuvieron momentos en que la reminiscencia de la juventud los arrebataba en olas de lujuriosa pasión, la madurez los traía de vuelta a la realidad, a pesar de todo nunca se separaron. Mientras los hijos crecían retomaban nuevos sueños y proyectos, fue así que cuando cada uno de ellos comenzaba a vivir su propia historia se fueron a recorrer los lugares que siempre habían soñado, trabajaron mucho para lograrlo, así llegaron, con sus cabellos blancos a cumplir viejos sueños y promesas rotas. El implacable los tomó de sorpresa, ya con nietos y una gran familia, sus días eran apacibles, siempre juntos, compartían momentos respetando cada uno sus tiempos. Mientras él hacia sus artesanías, ella se rodeaba de sus libros, sus escritos y los duendes que coleccionaba. El único momento que jamás dejaban de compartir rigurosamente como un ritual sagrado, era la hora de tomar el té juntos.
A las cinco en punto se sentaban a disfrutar ese tiempo mágico que como por algún motivo compartían, hablaban, se reían, recordaban.
Hoy él es un anciano, sus ojos empequeñecieron y su rostro mostraba los surcos del tiempo.
Faltaba poco para las cinco de la tarde en punto, preparó dos tazas de té y con la mirada perdida hacia el infinito y una lágrima deslizándose por su rostro la recordó. Con ese amor inmenso que se habían jurado... Para toda la vida.
Mirta Noemí Lago
|