En la hora del almuerzo todos estaban en sus casas. Afuera algunos autos estacionados eran mudos testigos de la ausencia de gente. Las familias estaban reunidas en ritual de medio día. Era oportunidad para que alguien rompiera el orden de la cosas. A dos cuadras de esta casa vivía una aparición de los días, iba y venía desde su casa hasta la tienda. Los ojos eran reflejos de estaciones de invierno. El rostro simplemente complementario de versos libres. Cuando todo el barrio disfrutaba de los alimentos en cada casa; entonces escapar como una estrategia suicida, con la sola intención de romper la quietud exterior en busca de oxígeno para la poesía; ese oxígeno tenía nombre desconocido, solo conocía sus brillos, sus sombras, su ritmo, el brillo de estrellas en el rostro; eso era suficiente para pararse frente a una ventana y ver pasar el tiempo sobre ella.