Memorias de montaña
Solía despertarme temprano, no tanto por ir a buscarme la vida al monte sino por el hambre que hacía que me doliera hasta la espalda, siempre me amarraba las botas despacio, pasando la cinta por las agujetas como si con ello aliviara mi desesperanza.
De todos los camaradas era el único que manejaba la onda de una manera excepcional, la puntería para derribar pájaros, conejos o cualquier lagartija que nos sirviera de alimento era infalible, a veces la desesperación o el hambre hacían que errara más de algún bodocazo, pero siempre perseguía a mi presa hasta cazarla.
Una ideología de nación me había llevado hasta esos rincones apartados de Dios y esa gran cuenca del rio Chixoy era impenetrable, había lugares áridos y otros montañosos, el rio era caudaloso y casi siempre había pesca, pero las riveras siempre estaban desprotegidas y no podíamos bajar nada mas de noche y solo a bañarnos o a lavar la ropa de uso diario.
Cuando recuerdo toda esa odisea me enojo mucho contra aquellos líderes que nos convencieron de llegar hasta donde llegamos y de pelear como peleamos, de ahí, de esa cuenca del rio Chixoy salió mucha gente desplazada que escoltamos hasta la frontera mexicana, otra gran travesía que costó la vida de mucha gente que no sabía ni porque huía.
Cuanto dolor y cuanto sufrimiento pasó toda esa gente desplazada, confiaron en nosotros y a muchos les fallamos, les fallamos a los niños que murieron de frio, a los ancianos que no soportaron la caminata, le fallamos a Guatemala porque la podredumbre del sistema aun flagela, aun mata y aun persigue a los que alzamos la voz con energía.
En esa gran montaña que une a Quiche con Cobán quedaron muchas huellas, muchos cementerios clandestinos de gente masacrada, gente desarmada y que fue condenada por la orden infame de “quitarle al pez el agua” ellos nunca supieron por qué murieron, por qué se fueron, por qué los persiguieron y solo huyeron y, nosotros, nosotros solo fuimos traicionados y vendidos a nuestra suerte por líderes del mismo sistema putrefacto que sigue gobernando
Se me oprime un poco el pecho de recordar todas esas travesías en esas montañas ametralladas, yo era lo que se puede llamar el ideólogo de la célula, el hombre que levantaba la moral de todos, el porta estandarte del guerrero que no cae y no claudica… pero que en las noches las lágrimas me fluían soportando la impotencia de haberme equivocado.
¡Hasta la victoria siempre papá! Nunca claudique ni claudicare jamás.
El Guillo. |