Esta parte de la ciudad es la parte antigua, llena de caserones coloniales que guardan recuerdos de otras existencias, y que dan calor a humanos detenidos en los siglos. Las cuadras tienen muchos lugares donde ahora la gente se ha protegido del aguacero. Son locales, despensas, cafés, pequeños restaurantes. Esta historia camina hacia uno de esos cafés. Está casi al salir a la esquina. Es una puerta de roble antiguo abierta, deja ver adentro un ambiente de luz amortiguada; al poner los pies adentro la tibieza y el aroma del café hacen sinfonía con la melodía de la lluvia. En una de las mesas, al límite de la ventana está Ximena. Lleva puesto unos vaqueros en juego con unos botines cafés; la cubre un abrigo marrón. Su rostro es el de siempre, los bosques de sus ojos están frescos. Su boca sigue siendo un milagro. El cabello color miel, hace honores a toda su belleza. Cuando ha mirado estas letras en mis ojos, ha sonreído, abriendo la puerta de su aura. Un siglo transcurrió desde la puerta hasta la mesa, un siglo resumido en cinco segundos. Frente a los bosques, el silencio. Los tiempos vividos ahora se encuentran con el espejo del tiempo. Un silencio de cien siglos, lo rompe la premura de escuchar cómo vibran las voces después de los viajes y retornos. Se han encontrado las galaxias de las miradas, han conectado la expansión de los momentos; los cometas cruzan por el cielo de la respiración. El ambiente está cargado de poesía, desde todos los rincones del café, salen riendo los niños escondidos por el miedo, ahora abrazan al tiempo y juegan a escuchar con alegría. Afuera la calle ya no es la misma, ¿o son las miradas las que han cambiado? |