No hay distancia cuando el mismo cielo cubre los mismos sueños, o quizá no los mismos sueños, apenas las mismas esperanzas resumidas en buscar en las mañanas los caminos que permitan respirar. Ahí un techo que cobija la historia de historias; más allá, cruzando el terreno vacío, cruzando la calle, existe la certeza de una respiración anhelada, en la cual descansar, como en un verde bosque, a la orilla de la dulce sangre de la tierra, con las estrellas palpitando en el aliento; mientras la natural música del silencio llena las manos con lo fundamental. Volver la mirada a la ventana, descubrir la pequeñez de la distancia, saber que al final somos parte de este pedazo de existencia, que hay, entre los espacios de la noche, coincidencias invisibles. Quizá el silencio es parte importante de esta historia, quizá llenarían estas líneas las palabras que viajan desde los labios, la memoria tendría banda sonora, entonces los recuerdos fueran muy cercanos, como la reverberación de la mirada sobre el horizonte. Esas palabras son un misterio, no hay documento, memoria, lugar, espacio, en donde se hayan posado, simplemente porque no existieron. Existen ahora sin existir.