A las tres de la mañana, la colisión brusca entre la paz efímera del merecido reposo con esa realidad cortante que hiere los sentidos, me induce a balbucear con lengua traposa:
-¡Estás insomne, mujer!
En efecto, acomodada su espalda recta sobre los cojines, contempla con fijeza la pantalla apagada del televisor. Nada responde y sólo recibo una mirada de reojo que traduzco como una velada reprimenda.
-¿Estás molesta?- le pregunto, aún con mis sentidos embotados en esa frontera difusa del sueño interrumpido.
-¿Cómo no estarlo? ¡No me vas a decir que nunca te has molestado!
-Ssi, por supuesto. Por ejemplo, ahora, que acabas de despertarme. (Esto último sólo lo pensé).
-¿Crees en la otra vida, Gerardo?-pregunta, con voz monocorde.
Que estés durmiendo con la mayor placidez, acaso experimentando esas imprecisas situaciones que se entrecruzan en los sueños y que un resorte inexplicable te despierte de improviso, por lo menos te parecerá que continúas entreverado en las telas invisibles de Morfeo. Y por eso, la pregunta rebotó en mi cabeza, sin que tuviera la capacidad ni las ganas de procesarla.
-¿Crees o no?
-¿Qué creo?
-En la otra vida, ¿crees que exista otra vida?
-No sé, en realidad no importa lo que crea. Si existe, existe y si no, bueno, así será.
-Estás cortante, Gerardo.
Era cierto, comenzaba a enfadarme. -No, sólo que en cuatro horas más tengo que levantarme y quiero aprovechar de dormir todo lo que pueda. Acaso mañana, ya despejado, pueda intentar elaborar alguna teoría sobre lo que me preguntas. A todo esto, ¿es esa situación la que te desvela?
-En realidad, no. Más me preocupan los niños de África.
-Ah, bueno…
-¿Qué significa ese ¿ah, bueno?
-Ni más ni menos lo que significa.
-Es que a mí ese ah bueno me suena a ironía. Y que tomes tan a la ligera el tema de la hambruna, de la discriminación y del abandono, eso me provoca tristeza.
-No me malinterpretes, por favor. Comprendo tu preocupación y aplaudo esa sensibilidad tuya que para mí es loable, pero considera que ese es un tema que debe ser resuelto por alguna organización internacional o por los países con grandes recursos. Además, existen agrupaciones humanistas e instituciones ligadas al tema de los derechos humanos y esto te lo digo para que te tranquilices y no malgastes tus horas de sueño en algo que no está a tu alcance.
Esta larga perorata sólo tuvo el dudoso mérito de aventar mis últimos arrestos para conciliar el sueño. Mientras contemplaba el albo techo del dormitorio con mi cabeza apoyada sobre las manos, pensé en Alfredo, un ex compañero de trabajo que falleció hace unos cinco años después de ser víctima de una prolongada enfermedad. Divagué sobre lo que conocí de él, sus convicciones, sus sueños, esa entereza suya tan propicia para afrontar los crueles episodios de este largo tránsito. ¿Qué pasó con sus proyectos? ¿Esas ideas brillantes que pretendía consolidar en el futuro? ¿Qué quedó de su esencia, de ese rasgo voluntarioso que lo motivaba a seguir adelante? ¿Todo ello se extinguió tras los velos indescifrables de la muerte? Y fue entonces cuando la pregunta de mi esposa, que se había diluido entre las sábanas, cobró sentido.
-Desde hace un par de noches que sueño con Alfredo.
Mi esposa gira su cabeza sorprendida. -¿Ese compañero tuyo? ¿El que falleció hace años?
-Sí. Un gran amigo y una correcta persona.
-¿Y qué sueñas con él?
-Cosas imprecisas, tú sabes, los sueños no tienen lógica alguna. Nos vemos, por ejemplo, dentro de algo así como un galpón, repleto de fierros, ladrillos y, estantes con algunos libros en pésimo estado.
-Bueno, repito la pregunta que te hice un rato: ¿Crees en el más allá? ¿Crees que exista vida después de la muerte?
Y la insistente pregunta rebota en los muros y se escapa por la ventana entreabierta, para trasformarse en algo sideral que viaja veloz a través de infinitesimales distancias.
-Y Alfredo, el rememorado Alfredo, estremecido en su otredad, pensó una vez más en su fiel amigo Gerardo y respondió:-Ojalá. Sólo que sus palabras se desplomaron junto a él.
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