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Si mañana estoy viva

Si mañana estoy viva voy a recoger los pedazos y me armaré otra vez me dije. No era fácil, el dolor te une o te separa para siempre, mas este tipo de dolor.
Eras la primera, me di cuenta después que volvimos de la luna de miel y fue la gran noticia para toda la familia. Recuerdo que tenía mucho miedo, estaba
realmente asustada, no fue fácil, por el contrario, cinco largas horas en la sala de parto, con masaje intrauterino para dilatar y dolores indescriptibles.
Luego de esas horas donde yo ya perdía la consciencia naciste, no te escuché llorar y me asusté mucho, hasta que te masajearon y con unos golpecitos lloraste.
Eras la criatura más bella que me hubiera podido imaginar, carita perfecta, rosada, labios increíbles, una pelusita en tu cabecita y unos ojos verdes bellísimos.
Te nombramos María Laura, aunque siempre te llamamos Laura, transcurrían los
meses, eras la beba más hermosa y traviesa que hubiera imaginado, por las
noches terminaba agotada. Por esos tiempos nos mudamos, ya tenías tres años y
comenzabas el jardín, me llamaban todos los días por distintas travesuras, las maestras no sabían qué hacer con vos. Nos volvimos a mudar y comenzabas
tu primer grado, estabas impecable con tu guardapolvo blanco, tus colitas y una sonrisa bella y pícara , enamorabas a cada persona que se te acercaba
con tu enorme sonrisa y tus ojitos verdes traviesos, Hasta por la calle se daban vuelta para mirarte.
Y los años pasaron, te convertiste en una bella adolescente, todos los chicos te seguían y vos ni los mirabas, había algo en vos que no logré descubrir hasta
pasados muchos años. Los ignorabas, los mirabas con desdén, como si ya tuvieras definido que era lo que querías y cual era tu meta.
Una tarde estaba recostada, te sentaste al borde de mi cama y me dijiste – tengo
que decirte algo – Me senté bruscamente y te miré ya casi sabiendo lo que ibas a decir – estoy embarazada – Me ahogué en un sollozo, me miraste fríamente y me
dijiste – estoy de cuatro meses, no me obliguen a hacer nada que no quiera, porque no lo voy a hacer, tenías dieciséis años, está bien respondí. Habías
elegido al padre, un chico con ojos verdes como los tuyos y muy atractivo.
Conocimos a los padres de él, nos llevamos bien, ellos aceptaron tu condición y a los nueve meses nació un hermoso varón, lo llamaste Laureano, como mi padre,
era la alegría de nuestros días, vos estabas feliz y rápidamente echaste al padre del bebé, como si su única función hubiera sido solo engendrar a ese hijo.
Lo amabas con locura, era un niño dulce, bellísimo, cariñoso, nos robó el corazón a todos.
Te convertiste en una mujer bellísima, los hombres se volvían locos por vos, pero no tenías más ojos que para tu hijo, adonde ibas lo llevabas, no se despegaban
nunca.
Sin embargo, alguien de ojos negros y mirada dulce un día llamó tu atención, te enamoraste y al poco tiempo se fueron a vivir juntos, alquilaban una casita muy
linda y acogedora, no te gustaba mucho que invadieran tu intimidad, te visitábamos muy de vez en cuando. Al poco tiempo viniste a contarme que a él le
ofrecían una vivienda gratis y una fábrica para que estuviera bajo su cargo, estabas contenta, era la posibilidad para crecer, el departamento era amplio pero
había que pintarlo todo y necesitabas que papá te ayudara, te pedí conocerlo y me llevaste. Estaba en un primer piso, mientras subía las escaleras sentía como un
frío aterrador me corría por la espalda. Me mostraste las habitaciones, el comedor, la cocina, una terraza inmensa, yo no paraba de temblar. – Te gusta mami?- me preguntaste, me di vuelta y te dije – no vengas a vivir acá- te lo pido por favor, no vengas. – Mamá, me respondiste, no pagamos nada y él tiene su trabajo aquí
mismo, es genial para nosotros. Insistí en que no fueras, pero no pude convencerlos.
Papá lo arregló, lo pintó todo y quedó hermoso, dejaron la otra casita y se trasladaron al departamento nuevo, estabas feliz, encontraste a quien amar, a
darle un hogar a tu hijo. No eras muy comunicativa conmigo, pero esa felicidad te había transformado, todavía no lo sé pero te empezaste a acercar a mí de una manera maravillosa, llevabas los chicos al colegio todos los días, él tenía una nena que fue para vos tu propia hija, los dejabas en el colegio y venias a casa
todas las mañanas a tomar unos mates y a charlar un rato. Nuestras charlas se hacían cada vez más profundas, yo compraba libros compulsivamente, libros de los que jamás me hubiera imaginado leer, ese tipo de literatura no era mi fuerte, pero cada vez me interesaban más, hablaban de la muerte, de los diferentes planos que se atraviesan, en realidad casi todos hablaban de lo que sucedía después de la muerte. Yo te contaba entusiasmada lo que leía, me surgía así,
espontáneamente, me prestabas mucha atención y me hacías preguntas a las que yo respondía como si fuera una erudita.
En unas de esas mañanas me contaste que estabas embarazada, yo estaba feliz, mi segundo nieto venía en camino, estabas hermosa, irradiabas una luz que
embellecía todo a tu paso.
Pero un terror inexplicable se apoderó de mí, no podía explicarlo, solo te miraba y comenzaba a temblar, no podía dormir, una noche se quedaron a cenar en casa y
me dijiste que te sentías mal, me asusté y llamé al médico, tu padre y tu pareja eran demasiado pasivos, yo era resolutiva. Dijo que necesitabas reposo y hacerte
unos análisis para control, estabas muy delgada. Te recostaste en tu antigua cama y yo salí a fumar un cigarrillo, miré el cielo y mi sangre se congeló, unas enormes alas negras cruzaron muy cerca de mi cabeza, fui a verte y te sentías mejor, decidieron irse al departamento a seguir descansando. El miedo no me
abandonaba.
Por esos tiempos ya tenías una hermana, con la que se llevaban once meses, un hermano que era tu gran pasión desde que nació y otra pequeña hermanita que
tenía poca diferencia de edad con el pequeño Laureano.
Una de esas mañanas en las que venías a tomar mate me contaste que no habías dormido en toda la noche, sentías que había una presencia en tu casa y estabas
asustada, me aterré y te dije que llamaras un sacerdote, alguien que se ocupara de bendecir el departamento. Al día siguiente volviste y me dijiste que la presencia
te acariciaba la cabeza, yo no sabía que responderte hasta que al día subsiguiente me dijiste que estabas feliz porque le habías visto los colores a la presencia.
Me hablaste de un azul intenso, un blanco radiante y una inmensa fuente de luz con seres tomados de la mano haciendo un círculo alrededor de la fuente. No
supe que decir, me quedé mirándote mientras vos sonreías con tu rostro resplandeciente.
Los meses transcurrían, tenías una pancita hermosa y ya sabíamos que era un varón y que ya estabas en término. Así pasaban los días y mi angustia era irresistible.
Mi madre, que te adoraba llamó la mañana de un sábado desagradablemente caluroso, era un 21 de diciembre, había comprado muchos regalos para el bebé y
los colocó en una gran caja que ella misma forró delicadamente con sus manos.
Llegó al mediodía, almorzó en casa y serían las tres de la tarde cuando insistió para ir a tu departamento. Tu papá nos llevó, ella se puso muy feliz cuando te vio y
todos esos regalos te deslumbraron. Papá se fue y nosotras tomamos mate, mientras vos me preguntabas – mami, por casualidad no viste anoche las tres
Marías?- Si te respondí, a las dos de la mañana me desperté sobresaltada y fui a la ventana a ver las tres Marías –viste mamá, parecía que las podías agarrar con
la mano, pero una se alejaba mami – Mis tres hijas se llaman María. Sentí que me faltaba el aire. Mi madre solía irse temprano, tenía un viaje relativamente largo. Le dije a Laura que no hiciera nada, había sacado cortinas, sábanas y quería hacer una limpieza general porque se acercaba la navidad, insistí en que yo me llevaba todo y lo hacía en casa y después se lo traía, además le dije que no debía andar descalza, costumbre que tenía desde chiquita, le insistí, te podes resbalar y caer, estás por dar a luz, deberías estar descansando - mami si me querés ayudar llevame a Laureano al dentista - . Así hicimos, me fui con él y acompañé a la
abuela a tomar su transporte y fui a casa con Laureano hasta que se hiciera la hora de llevarlo al dentista.
Pasaron unos veinte minutos cuando escuché un grito angustiante ¡Laura tuvo un accidente! Está en el hospital dijo una voz temblorosa, nunca supe quién nos
avisó, tu padre tomó su auto y salió velozmente hacia el hospital, yo estaba petrificada, alguien se había llevado a mi nieto y no me había dado cuenta.
Sonó el teléfono, era mi marido – vení ya al hospital, Laura está muy mal – yo no podía con ese dolor intenso en el pecho, lloraba pensando se fracturó una pierna,
se golpeó la cabeza, conjeturaba mil cosa, tomé un auto y salí rápidamente hacia el hospital, cuando llegué una imagen desoladora me impactó,
mi yerno sentado en el piso llorando y tu papá apoyado contra una pared también llorando, miro a mi esposo y el me responde – se nos va, la estamos
perdiendo- Un grito aterrador salió de mi boca, grité en el patio de ese hospital tu
nombre- Laura volvé!!! Yo sé que el lugar que estás viendo es hermoso, pero tu hijo te necesita!!! En ese momento te abrieron el pecho, te masajearon el corazón y volviste. Una médica salió y nos dijo – está en las manos de Dios- solo hay que esperar.
Te llevaron a terapia intensiva, nos dejaban entrar cuando queríamos , me parecía extraño, solo entrabamos mi marido y yo. Verte así, intubada, llena de
mangueras, tu rostro tan blanco, era algo demasiado duro. Yo todavía tenía muchas esperanzas, me daba miedo recordar las pesadillas que me perseguían
desde hacía tres meses, todas las noches, exactamente a las dos de la mañana me despertaba aterrada viéndote en un cajón, no era muy creyente, fue la primera
vez que recé.
Fue la noche más atroz de mi vida, quisieron salvar al bebé y no pudieron, te habías caído y quisiste sostenerte para no dañar al pequeño, el lavarropas era lo
más cercano, te electrocutaste de inmediato. Pasaron muchos años para que lo entendiera.
Se hizo de día, eran las siete de la mañana cuando una doctora salió y me preguntó – vos sos la mamá?- Si, respondí –Bueno, anda despidiéndote de la
nena porque se está yendo – De pronto ese aterrador sonido de la vida que se apaga – la médica me miró y dijo es ella, espera que le saquemos todo.
Lo miré a mi marido y no pude emitir un solo sonido, solo caí de rodillas, preguntando porqué…porqué…porqué.
No había lágrimas en mis ojos, mi rostro estaba endurecido tanto como mi corazón.
Nos dijeron que iban a hacerle una autopsia porque era una muerte dudosa, más dolor. Volvimos a casa a esperar que nos entregaran tu cuerpito y el de tu bebé, tu cuerpito tan amado, ni siquiera podía pensar.
La casa se llenó de gente, todos me abrazaban y lloraban.
En dos días era nochebuena y los íbamos a pasar en tu casa, solo miraba el piso, no podía hablar, ni comer, no podía nada, yo misma era nada. No supe quien se
llevó a tus hermanos, no sabía ni podía pensar.
Y ahí estabas mi hermosa niña, tal cual como te soñaba, la gente decía parece una virgen con ese rostro tan bello. Solo me acercaba al féretro, te miraba y volvía
a sentarme, era tanta la cantidad de gente que no recuerdo a nadie, se acercaban me daban un beso, alguna que otra palabra que no podía hilvanar, no comprendía nada.
Me tuve que poner fuerte, recogí mis pedazos y seguí, tus hermanos me miraban, yo ya no era la misma, también yo me apagué cuando partiste. El tiempo pasa tan cruelmente, que tus hermanos crecieron, se fueron, siguieron su camino.
Ahora en mi soledad no hay un día que no te recuerde, que el corazón se me haga más pequeño, que un dolor intolerable me atraviese. Porque no hay
palabras para entender, miro tus fotos, cierro los ojos y ahí estás, mi chiquita.
Porque si el destino quiere y sea mi momento, volveremos a encontrarnos mi niña
y voy a apapacharte tanto contra mi pecho como ese abrazo que no alcance a darte antes de que partieras para siempre hija mía.

Mirta Lago Borlenghi

Texto agregado el 02-12-2020, y leído por 74 visitantes. (0 votos)


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