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Hace poco me pasó algo, algo que me movió todas las estanterías, algo que me hizo replantear miles de cosas o tal vez una sola cosa, “La cosa”: ser un boludo pero soberanamente con todas las letras. Me pasaron una atención en una villa en zona sur, el motivo de consulta era obnubilación en un paciente de diecinueve años. Ya estaba oscureciendo, a veces uno duda en meterse o no en estos barrios, pero me metí. Atravesé cuadras y cuadras dentro de la villa. Casas de chapa, madera, bolsas; un carro con el caballo, perros vagabundos; un auto destartalado y abandonado en una esquina, las zanjas podridas. Llegué a la dirección, una casa en una esquina. Había un tapial alto todo pintarrajeado con aerosol. No había timbre. Golpeé una puerta de chapa con un vidrio roto remendado con un cartón.
¿Quién es?, preguntaron desde adentro.
El médico, dije.
Abrió la puerta una mujer joven, teñida de rubia, ojos tristes, gruesa pero no gorda, tenía el tatuaje de una estrella en la mano. Me hizo pasar a un patio. Había un auto gris con la puerta de atrás abierta y se veía a alguien durmiendo, acostado en el asiento. Más allá del auto había maderas apoyadas contra la pared y en el piso, un tacho de 120 litros carcomido por el óxido, un parrillero con bolsas de portland encima. Un gato en un rincón.
¿Qué anda pasando?, pregunté.
Es mi hermano, dijo la mujer.
Ella me contó que hacía dos noches que él no dormía. Que estaba pasado de merca. Que ahora hacía una hora y media que estaba tirado en el asiento de atrás del auto. Me empezó a contar que al hermano, que tenía 19 años, lo había dejado una novia hacía cinco meses y que desde entonces se había empezado a dar con todo lo que se le cruzaba. Que no podían pararlo. Que iba a drogarse y desaparecía por cuatro o cinco días y después volvía destruido.
No sabemos qué hacer, dijo.
Un hombre apareció de una puerta que daba a lo que parecía el comedor, pude ver una mesa con una revista encima y un televisor encendido. El hombre me dijo que era el padre. Estaba compungido. La mirada opaca, las comisuras de los labios caídas.
¿Qué podemos hacer?, dijo el hombre.
Me acerqué al muchacho en el auto. Le toqué la pierna.
Amigo, amigo, soy el doctor, ¿te puedo dar una mano?, le pregunté.
Se incorporó de golpe. Me miró con los ojos desorbitados, el ceño fruncido. Pensé que iba a golpearme entonces retrocedí unos pasos. Él no dijo nada, me miraba, un hilo de baba le caía de los labios.
Quiero ayudarte, soy el doctor, dije.
¿Qué pasa?, preguntó. La voz arrastrada.
La hermana le dijo que habían llamado al médico porque estaban preocupados.
Hace dos horas que estás ahí tirado en el auto, dijo ella.
El muchacho salió del auto. Se apoyó en el baúl.
Estoy bien, dijo. Se restregó la cara, tenía los cabellos despeinados. Quiero lavarme, agregó.
Entró en el baño. Se escuchó el sonido de agua corriendo. Apareció con el rostro húmedo.
Estoy bien, dijo. No había agresividad en él. Estaba despabilado.
La hermana le dijo que me dejara revisarlo.
Está bien, dijo él. El padre trajo una silla de madera. El muchacho se sentó estirando las piernas.
Procedí a tomarle la presión, auscultarle el corazón y los pulmones. Hice un rudimentario examen neurológico en la medida de las posibilidades.
¿Cómo te llamas?, le pregunté.
Gustavo.
¿Te acordás cuántos años tenés?
Diecinueve.
¿Y en qué mes estamos?
Se rió. ¿Usted me está preguntando en qué mes estamos? ¿No sabe?
Quiere saber si estás bien, dijo la hermana.
Ah, jaja, en septiembre, en septiembre.
¿Qué paso?, le pregunté.
Estuve tomando mucha merca, dijo. Me pasé de rosca.
Tenés que aflojarle, hermano, le dije. Te vas a morir si seguís así.
Dígale, dígale, doctor, dijo la hermana.
Explíquele, dijo el padre.
Ya era de noche. Se escuchaba un camión pasando por la calle. La televisión encendida en la cocina de fondo. Me puse a explicarle a Gustavo que la cocaína le atrofiaba el lóbulo frontal. Que el lóbulo frontal era una parte del cerebro muy importante en la vida de relación, en las funciones cognitivas. Que un exceso de cocaína además podía provocarle un infarto agudo de miocardio, que podía dejarlo con secuelas neurológicas, que podría inducirlo a un brote psicótico o a trastornos del estado de ánimo; que la cocaína lo transformaría en un ser impulsivo, que no mediría la consecuencias de sus actos, que probablemente terminaría desnutrido, con el tabique nasal perforado, con hemorragias, entonces mientras decía toda esa sarta de fruslerías científicas, miré a un costado. Vi un fuentón rojo con agua sobre el piso, al gato sucio que caminaba con la cola erecta, una chapa tirada a un costado horadada por el óxido, el tatuaje de la estrella en la mano de la hermana, los ojos agobiados del muchacho, pensé en lo que significa para un adolescente que lo rechace una mujer, y sentí vergüenza, mucha vergüenza. No hay mayor derrota para un adolescente que una mujer lo plante. Lo sé, porque todos, de algún modo, estuvimos ahí.
Me encojí de hombros. Cabizbajo les dije que iba a retirarme. El muchacho se puso de pie.
Gracias, doctor, me dijo.
Lo abracé, me dio un beso en la mejilla, sentí la boca húmeda en la mejilla.
Quise salir corriendo pero caminé hasta la puerta y me despedí. Me fui con la imagen del muchacho tirado en el asiento del auto. Me fui con la imagen de él al levantarse y lavarse la cara. Después me escuchó todo lo que le dije. En ningún momento hablé del amor, de sus aventuras y desventuras, de sus desgarros, de los momentos en que todos los seres de este planeta nos arrodillamos para pedir que nos besen, que nos abracen, que nos cobijen, que nos escuchen, que nos comprendan.
Anduve manejando un buen rato antes de cerrar la consulta y pasar a otro paciente. El barrio estaba partido al medio por alguna cumbia que sonaba por ahí, por un par de tiros, por un perro que me perseguía ladrando. La noche tenía una luna inmensa y triste. No había estrellas en la ciudad.
Una y otra vez yo miraba mi cara en el espejo retrovisor.







Texto agregado el 02-12-2020, y leído por 128 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
03-12-2020 Qué bueno es este texto. La decadencia, la manera en que queremos decir unas cosas pero hablamos otras, las ganas de ser héroes por un rato, héroes del buen diálogo, y sin embargo la realidad, ni más ni menos. Abrazo. MCavalieri
03-12-2020 Sea quien fuere no es un boludo, es un abnegado servidor, nadie se metería allí para dar un simple abrazo como la mejor medicina....Que para algo servirá, los familiares estaban presentes y aprenderán a suministrársela si quieren a ese muchacho como hijo y hermano... Un relato de la vida real muy bien escrito, desde la ejemplaridad.... hgiordan
03-12-2020 Un relato que se deja leer. Conmueve. Deja pensando. Marcelo_Arrizabalaga
03-12-2020 Muy buena, me metiste a la historia, casi podía ver el barrio. Parece una anécdota, algo real. Está muy bien redactado. Me gustó mucho, y me hizo pensar en las veces que me sentí igual; cuando te quedás diciendo: "¿Por qué no habré dicho o hecho esto o aquello?". IGnus
02-12-2020 Buenísimo! Negrafotocromatica
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