Aunque de origen extranjero, el negro, como todos le llaman en tono cariñoso, se ha convertido, con el paso del tiempo, en el más popular y querido de los habitantes de B. Hombres y mujeres visten frecuentemente camisetas con su rostro estampado y con mensajes reivindicativos que exigen que nadie nos prive de su presencia. Se diría que su imagen se halla reproducida hasta la saciedad en todo tipo de soportes materiales, si no fuera porque, en realidad, nadie parece saciarse en absoluto de su contemplación. Las navidades del año pasado muchos belenes familiares de B contaron con una nueva figura que, aunque de raza negra, como el rey Baltasar, no disponía de su semblante regio ni se encargaba de llevarle mirra al niño Jesús, sino que sus facciones eran las mismas de nuestro querido héroe local y cuya tarea, algo menos lucida pero también muy apreciada, era la inherente al papel de caganer. Y, en los carnavales de este mismo año de 1992, el disfraz que ha hecho más furor no ha tenido nada que ver con los inminentes Juegos Olímpicos, cuya competición de remo se va a celebrar en el lago de B: ha sido el de negro con taparrabos, lanza y escudo. Pero no ha sido sólo en camisetas, belenes y disfraces: en las chapitas para la solapa (los llamados pins), bombones de chocolate, posters juveniles (al lado del Che Guevara)…, en todos los sitios, en los sitios más inesperados (en los más esperados, también), en B y en toda La Comarca, se puede uno topar a cada instante con su imagen. ¡El negro se ha convertido en un verdadero icono!
Pero, aparte de la solidaridad y del cariño, hay otros motivos, estos de índole política, que explican el cierre de filas que se ha producido en B, en todos y cada uno de sus estratos sociales, en torno a la causa del negro. Y es que las autoridades españolas, actuando con su prepotencia e ignorancia habituales, presionan, día sí, día también, con la exigencia de que el negro vuelva a su país de origen. Autoridades españolas, es verdad, que, a su vez, son presionadas por los principales medios de comunicación extranjeros y por las más altas personalidades internacionales, incluidos el Secretario General de la ONU, el ex presidente Jimmy Carter, el Papa Juan Pablo II y hasta por Nelson Mandela. Todos ellos critican duramente la posición de los políticos de B, la tachan de racista y exigen la inmediata salida del negro. Pero si Madrid no puede resistir las presiones, nosotros sí podremos. El negro nos pertenece y nadie, ningún extranjero, ni, mucho menos, un español, va a decirnos lo qué nos está y lo que no nos está permitido hacer. No, por ahí no vamos a pasar. No vamos a aceptar ninguna imposición, venga ésta de donde venga. Venga de Washington o de Madrid. Sobre todo, de Madrid. Si cedemos y ganan la partida los centralistas, crearemos un precedente fatal: nos condenamos a ceder en cualquier conflicto futuro.
Quizá, si afinamos mucho, podemos encontrar alguna mínima y ocasional declaración racista en algún que otro político algo más alterado de lo normal. Sería el caso, por poner un ejemplo, de las palabras, sin duda desafortunadas, pronunciadas por el Delegado de Cultura de La Comarca, señor Domenech, cuando dijo aquello de que “toda esta polémica ha tenido su origen en el empecinamiento de un hombre dolido por el hecho de haber nacido negro” (en referencia al señor Arcelín, el conocido como “negro de Cambrils”, que, como es sabido, embaucó a todo el mundo, y a todo el mundo embarcó en su personal, delirante y quijotesca guerra contra B, con el pretexto de liberar a su congénere). Pero aquí, en B, no somos racistas. ¿O puede ser racista, pregunto, un pueblo con más de 500 trabajadores gambianos en su sector de la construcción? No, B no es racista. Ningún pueblo de La Comarca lo es. ¿O puede ser racista, pregunto de nuevo, algún pueblo del Maresme, por ejemplo, donde hay más de 2000 trabajadores africanos contratados en su sector agrícola? Dejando este punto claro, que no somos racistas, vayamos al caso concreto del negro de B. Hubo un pecado original, es verdad, pero no lo cometimos nosotros, sino unos naturalistas franchutes, los hermanos Vetreaux, quienes hace ya mucho tiempo, a principios del siglo XIX, en un viaje a África saquearon una tumba, disecaron el cadáver y lo vendieron a una galería parisiense. Con el paso del tiempo, el guerrero disecado vino a parar a B, a nuestro querido Museo Darder, pero hoy en día todo se compra y se vende, eso ya se sabe. La pregunta es: ¿por qué no dejar las cosas como están? ¿Hay acaso alguien molesto con la situación actual? En B todos estamos muy contentos con nuestro negro. Los que no son de B, que se preocupen de sus problemas, que supongo que algunos tendrán. Y en cuanto al negro, éste ni siente ni padece, eso seguro. Como dijo el mentado señor Domenech: “como es evidente, devolviéndolo y enterrándolo de nuevo, el negro ni mejora ni resucita”. Sabias palabras.
|