Mis días en la Embajada en Monrovia están contados; hace minutos recibí un telegrama de la Cancillería de la Argentina en la que me piden la renuncia como máximo responsable de la sede diplomática.
Monrovia es una pintoresca ciudad, capital de Liberia, sobre la costa atlántica del África Occidental; su curioso nombre se lo dieron los ciudadanos en homenaje a un presidente de los Estados Unidos, James Monroe.
Como premio a mi militancia en el partido triunfante de las últimas elecciones, se me honró con el puesto de Embajador, con escasa o nula experiencia en las relaciones exteriores.
En un país con limitada presencia de ciudadanos argentinos, mis ocupaciones o compromisos protocolares se referían a mantener vínculos sociales con los otros diplomáticos de naciones amigas.
Un exclusivo barrio de la zona norte de la ciudad congrega a todas las delegaciones diplomáticas.
Algo que me llamó mucho la atención de esta función y que la hace única es la cantidad de eventos, fiestas, agasajos, brindis y cualquier otro acontecimiento que invite a la diversión y al festejo.
Al menos dos o tres veces por semana, una fiesta patria o día festivo de algún país amerita una reunión de diplomáticos. Somos una grey de cerca de 150 representantes que nos reunimos a disfrutar de los manjares más maravillosos del mundo.
Mi limitada cultura gastronómica se vio sorprendida por impensables platos de la más exquisita factura.
Desde mi llegada a Monrovia, todo el cuerpo diplomático se abocó a nuestras fiestas nacionales más importantes, el 25 de mayo, la creación del primer gobierno patrio y el 9 de julio, el Día de la Independencia.
Con los funcionarios de la embajada creamos un comité eventos.
Quise intervenir luego de un deslucido Día de la Patria en que los invitados degustaron un desayuno de chocolate con pastelitos dulces; un ambiente irrespirable provenientes de unos sartenes humeantes hasta el hartazgo. Fuimos el hazmerreír en el mundo diplomático. Ver a los chinos y rusos con sus parejas libar el extraño tentempié, nos avergonzaba a todos. El dulce de membrillo de los pastelitos les perforo las gargantas a los concurrentes que intentaban aplacar con un chocolate a punto de ebullición.
-No nos podemos equivocar más- Comencé la reunión
-EL próximo 9 de Julio tiene que ser recordado por los tiempos de los tiempos- Arengaba a mis funcionarios.
-Jefe, ¿nos deja sorprenderlo?- Intervino el cónsul honorario en Monrovia.
-No les preguntaré qué van a hacer. Lo dejaré todo en sus manos.
El día indicado, a la espera del acontecimiento, acudí al despacho del representante de Uruguay para ver un partido de fútbol, clásico del Rio de la Plata. Ganamos 2 a 0.
Creo que hoy va a ser un gran día, imaginaba
Partiríamos a la embajada Argentina a la hora de la cena.
Llegamos a la par del representante de la India Mohan Kumar, junto a su bella esposa Indira.
Se abrieron las puertas del salón dorado de la residencia y apareció un tremendo costillar de vaquillona. Ubicado en el centro de la sala, parecía una ofrenda a la Pachamama, todo el personal con pintorescos atuendos: bombachas de campo ellos y faldas amplias con bordados ellas. La carne cocinada a la cruz, con leña y con varias horas de fuego para llegar a su punto.
El asador con una rama de romero azotaba la carne con una mezcla de aceites para hidratar la carne que ya empezaba a chorrear.
Realmente me sorprendió, hacía tiempo que no se me presentaba un manjar como el ofrecido para la ocasión.
-A sentarse amigos, van a disfrutar de la mejor comida del mundo
Algo andaba mal; me lo hicieron saber las incisivas miradas punzantes de los más de cien comensales que se habían dado cita a la fiesta.
Fue mi par Uruguayo el que me percató del motivo del asombro
-Sr Embajador, la vaca es el animal sagrado de la India
En ese mismo instante vi pasar a las apuradas al representante de la India y con él fueron desfilando todos los invitados del Día de la Independencia.
Fue un incidente diplomático de magnitudes, con ruptura de relaciones diplomáticas por la ofensa a los símbolos sagrados de la India.
El asado estaba exquisito, lástima que solo lo paladeamos dos. El cónsul y yo.
Los errores diplomáticos terminan en guerras o destierros, en mi caso me estarán repatriando en los próximos días, quizás me espere un jugoso choripán.
|