_Voy a ir a buscar el tráiler a Rosario, le dijo, porque yo ya lo pagué, y es mío, y quiero tenerlo acá.
“Para qué se preguntó ella, si no tiene ni el bote ni el motor de 50 hp”, debido a que los dejó en San Martin de Los Andes, por causas de fuerza mayor.
¿Y cuál fue esa causa mayor?
_No te vi_ dijo el chofer de la camioneta Amarok 4x4, que de la nada apareció por la derecha, en la calle más populosa de aquella ciudad turística tan hermosa del sur de La Argentina.
La casa rodante estaba atrás de la camioneta, y de pronto empezó a volar por el aire, chapas y otras menudencias, mientras los dueños trataban de juntar todo rápido para no afearla.
_Sino volanteabas estarías muerto- masculló ella por lo bajo.
_Saquen esta porquería de acá_ vociferaban los propietarios de la coqueta avenida, toda llena de canteros de azaleas, rosas rojas, amarillas y lilas, mientras la casa desentonaba con el paisaje del lugar, y los dos conductores se insultaban de forma airada.
Quedó abollada por donde la miraras.
Penoso y luctuoso espectáculo, de no ser porque el dinero para pagarla salió del bolsillo de ella, esa patética circunstancia de los hombres de poner todo a nombre de ellos, como si fueran dueños hasta de las mujeres.
_ Es que quiero que navegues conmigo para que mires las truchas desde abajo. “Que interesante espectáculo, de no ser, que las truchas no abrevaron ese verano en esa ciudad, ni en el lago Lacar, ya que hubo un desprendimiento volcánico, que hizo que se fueran bien lejos a otro lago menos profanado por los hombres.
|