Tuve que esconder el rostro
para no afectar el mensaje.
Para que la desquiciada magia
a la sana razón sobreviviera
y el irreflexivo prejuicio
su torpe boca cerrara.


Tuve que esconderme.
Pintar de rojo mi corazón
para confundirme entre las llamas,
que entibian los susurros de pasión.
Entonar pequeñas notas blancas
en un enorme fondo celeste
cuando quise cantarle al cielo.


Tuve que recoger trozos
de palabras desechas,
cuando ya nadie me escuchaba.
Repetir típicas frases hechas
solo para que no me dejaran.
Dije lo que querían escuchar
hasta que hicieron que me callara.


Y cuando la voz se enmudeció
y el canto se hizo murmullo,
sonreí tras los matorrales
con lágrimas de orgullo.
Como adefesio enamorado
feliz por el rostro prestado.


Y aun así guardo el profundo
deseo de poder mostrarme,
en algún momento al mundo.
Como un Cirano disociado,
que cree que la audiencia
abrazará los tercos versos
disfrutando de mi apariencia.