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Bifurcaciones.

Sentado a orillas del río con el sol en retirada pensaba en su madre, hacía tantos años que se había ido que ya no recordaba su voz, pero si su olor, su manera de mirar y la ternura que emanaba de sus ojos. El recuerdo lo cobija de las circunstancias adversas por la que estaba atravesando, y era en estos pedacitos de intimidad donde encontraba algunas respuestas. Imaginar y vivir de manera tangible esa comunicación le permitía quitar los ruidos y escuchar con claridad la voz de su conciencia, esa conciencia universal que nos atraviesa a todos los humanos, los vivos, los muertos y los por llegar. Esa voz que nos excede y que a la vez que nos incluye como si fuésemos uno solo, conciencia en parte heredada y en parte construida por la zaranda de los siglos que tamiza las acciones y nos da una respuesta adecuada en pos de elevar a través de los tiempos el bienestar del mundo que nos rodea y al que sin saberlo a la vez rodeamos. La salvación está en poner en movimiento ese diálogo, los buenos lo hacen.

Carlos estaba en una encrucijada, debía elegir entre un futuro incierto pero posible o convivir con un presente insoportable, cualquiera sea el camino que eligiera traería consecuencias. Vivía atormentado por una mala decisión tomada cinco años atrás, sentía que había llegado el momento de poner las cosas en su lugar pero lo paralizaba el daño que indefectiblemente causaría a unos u otros. Había engendrado un hijo extra matrimonial fruto de un amor reeditado con una mujer que supo ser su novia de juventud. El paso del tiempo cubre con un manto de bondad y compasión los recuerdos aunque sean dolorosos, haciendo que todo lo vivido se sienta a la distancia como algo que debía suceder, así de sencillo. Tatiana había quedado embarazada cuando ambos tenían diecinueve años, y ni ella ni él se sintieron capaces de afrontar la responsabilidad. El hermano mayor de Carlos se encargó de llevarla a que le quitaran el hijo del vientre y pocas semanas después la relación habría llegado al previsible final.
Debieron pasar muchos años para que sucediera lo que parecía estar destinado a suceder, Carlos y Tatiana tuvieron un encuentro casual, lo que derivó en otros tantos ya no casuales. A pesar de que en su vida personal se comportaban de manera adulta y responsable había en su relación una suerte de anclaje de juventud que los mantuvo inmaduros y descuidados, aunque me inclino a pensar que por encima de cualquier déficit de crecimiento necesitaban saldar esa deuda con sus conciencias, hacerse ese regalo, poco tiempo después ese regalo tenía nombre, Sandra.
Hicieron un pacto, mantendrían el secreto, Tatiana no confesaría a su pareja la verdadera paternidad de la niña y Carlos ocultaría la existencia de Sandra a su familia, a menos que alguno de ellos sintiera la necesidad de blanquear la situación, llegado el caso lo hablarían y tomarían una decisión consensuada, muy en su interior ambos sabían que ese momento sobrevendría tarde o temprano. Mientras tanto Carlos se mantendría cercano a ellas, no permitiría que ni la criatura ni Tatiana zozobren ni emocional ni económicamente , estaría para asistirlas sin reparos. Ella pudo mantener con cierta facilidad la mentira piadosa por no decir el engaño impiadoso, había puesto todo su humanidad al servicio del bienestar de la criatura y nada interferiría en su decisión. Lo que Tatiana no pudo prever fue la contrariedad que le produciría percibir claramente que con el paso del tiempo el vínculo entre su hombre y su hija entraba en una zona de grises. Involuntariamente Oscar ponía cierta distancia en la crianza de Sandra, estaba desconcertado, era consciente de su actitud pero no podía manejarlo, había algo en él que lo distanciaba de su hija y lo mortificaba.
Paralelamente y casi sin notarlo su relación con Tatiana entraba en zona de tinieblas, no podía racionalizar lo que sentía, inentendiblemente no encontraba motivos, pero algo le decía que ya no podía permanecer a su lado, y un día se fue de su vida, no de la de Sandra, al fin y al cabo era su hija.
Dos años después de que Oscar dejara su hogar la pequeña Sandra comenzaría el preescolar, el acto inaugural del período lectivo sería la primera oportunidad en que Carlos asumiría íntimamente su rol de padre, aunque por el momento socialmente solo se presentaría como el compañero de la madre. Una vez corrido Oscar de la escena pudo visitar a su hija con frecuencia, logrando que su presencia termine resultándole natural. Si bien el pacto inicial de esta historia no incluía compromiso de formalizar relación alguna las cosas podrían cambiar. Se querían, se gustaban pero de ahí a sentirse enamorados había un mundo de distancia, la única luna que iluminaba ese mundo era Sandra.
Carlos tenía creado su propio universo mucho antes de que Tatiana entrara en su órbita. Una vez que Ana y él se hubieran recibido de arquitectos se casaron, muy pronto llegaron sus dos hijas, Carla y Sofía, hubieran deseado la llegada del varón pero una vez nacida Sofía desistieron de intentarlo, al menos por el momento.

Desde el nacimiento de Sandra lo inquietaba el tema de su identidad, sabía que a la niña la asistía el derecho a conocer sus orígenes, pero esto entraba en contradicción con el pacto asumido con Tatiana. Entendía que este pacto había nacido como necesidad de cubrir la irresponsabilidad de pretender componer un error del pasado pero ese derecho se imponía, y en la medida que no se resuelva este pendiente tomaría la forma de una mala hierba creciendo día a día en su prolijo jardín de la conciencia. Había padecido en carne propia que su padre hubiera abandonada a su madre estando aún en su vientre quitándole entre otras cosas la posibilidad de llevar su apellido y siéndole asignado como premio consuelo el apellido de ella. Años después pudo conocerlo, y en uno de esos escasos encuentros que tuvieron le ofreció su apellido, Carlos rechazó de plano el gesto tardío, estaba orgulloso de llamarse Carlos Gabriel Costa, llevaría con hidalguía por el resto de su vida el apellido de su madre.
Sentía que debía hablarlo con Tatiana, al fin y al cabo habían dejado abierta la puerta para plantearlo en caso que alguno sintiera la necesidad. Pero además debía resolver como iba a manejar el tema con su mujer y sus hijas, estaba en la encrucijada de su vida, tan dolorosa era de atravesar que lo hacía titubear. ¿podría tomar la determinación?, tenía bien en claro que debía hacerse responsable de sus acciones, Sandra lo merecía, y que bien ganada tenía la obligación de pasar por este mal trago. Pero mas aún lo mortificaba imaginar que pasaría con la niña al enterarse que su padre no era su padre, se preguntaba cómo y cuánto la afectaría el engaño, fundamentalmente por parte de su madre, este era el punto mas critico para Tatiana. Temía también que llegara el día en que Sandra le preguntara donde había estado todos esos años, hoy no tiene respuestas para una pregunta tan sencilla. De pronto sintió que era muy probable que su padre haya sentido los mismos miedos y una parte de él lo perdonó, es una pregunta que no tiene una respuesta categórica, definitivamente debería ser atribuibles a una sumatorio de razones, incluso algunas ajenas a nuestra voluntad.
Carlos y Tatiana coincidieron en que mas allá de todas las consideraciones la verdad debería imponerse por el bien de Sandra y por el de todos los involucrados, incluso por el bien de ellos mismos. La acción de blanquear el escenario solo obedecía a la necesidad de cimentar la identidad de la niña, pero el contexto no incluía ni remotamente una relación amorosa entre ellos, nunca la hubo antes. Carlos tenía claro que su lugar era con Ana, y sus hijas, la amaba, las amaba. Trataría por todos los medios acompañar a Anita a sobrellevar el mal trance.

-¡pero la puta madre , que pelotudo! gritó en la soledad de su auto de regreso a casa.

Oscar es quien llevó la peor parte, desgarrado por el dolor de conocer la verdad desapareció de la vida de la niña, no pudo soportar la pérdida ni el engaño, pasó de la desesperación de sentir que su hija y todo lo proyectado a futuro había muerto a resguardarse desapareciendo de su vida, cerrando así este nefasto capítulo de su vida, voló a casa de su hermano en Palma de Mallorca donde se estableció con la intención de no volver jamás, aunque con el pasar de los meses buscó saber de ella a través de amigos en Buenos Aires que lo mantenían al corriente. A Tatiana en este momento lo de Oscar la tenía sin cuidado, lo único que ocupaba sus pensamientos era saber como tomaría Sandra la verdad, era muy chica para procesarla y mucho menos para entenderla; de todas formas no se podía volver el tiempo atrás, lo hecho… hecho está. En la balanza pesaba mas terminar cuanto antes con el engaño que postergarlo pretendiendo que madure y lo razone con mas elementos de juicio. A pesar de los pesares estaba feliz, Carlos con su necesidad la había empujado a tomar la decisión correcta, la decisión de su vida.

Ana sintió que había dejado de pisar tierra firme, todo se desvaneció a su alrededor, su mundo estaba dejando de existir y se transformaba en ruinas, como si un terremoto la hubiera encontrado durmiendo y al despertar presa del espanto viera como las paredes de su casa se derrumbaban. Se sintió desolada, despojada de toda dicha, el hombre de su vida la había traicionado. La primera reacción de Ana fue hundirse en las profundidades de su ser y llorar el desengaño, la segunda fue pedirle que se vaya, que no quería verlo, necesita entender. Pero por sobre todas las cosas necesitaba pensar en como se lo comunicaría a sus hijas. En este punto Carlos pidió ser él quien las ponga al tanto, pero de momento lo único que consiguió fue que ella le rogara envuelta en llanto que se vaya de una vez, a lo que accedió, pero rezándole al cielo que la ilumine para que recapacite y le diera esa posibilidad. Sabía que no estaba en condiciones de pedirle nada, pero estando las niñas de por medio quizá Dios interceda, era lo mas sano, o al menos lo mas justo para todos, ella incluida. Carlos dejó su hogar.
Ana necesito varios días para asimilar el golpe, pero no fueron suficientes para alcanzar a dimensionar las consecuencias de esta desventura,
-esto se fue a la mierda se dijo. Podía aceptar la infidelidad, de hecho alguna vez ella también le había sido infiel, pero traer un hijo al mundo era algo que superaba su entendimiento.
-¿por qué, por qué este hijo de puta llegó tan lejos?, tenía muchas preguntas y ninguna respuesta.
Lo odiaba y se odiaba. Se sentía humillada, sus hijas, sus padres, sus amigos, ¿con qué cara se los contaría?, hasta que entendió que el que debía hacerse cargo de esa vergüenza era Carlos.

Sandra confundida preguntaba por Oscar, él era su padre. Ana debió esmerarse para explicarle con palabras que una niña de 5 años pudiera entender lo que estaba pasando, hasta que dedujo que lo que mas necesitaba la niña era contención y la abrazó
-mamá siempre va a estar al lado tuyo mi cielito, ya nos vamos a sentir mejor.
-no entiendo mami, adonde esta papi.
-Está lejos, en la casa del tío Jorge, pero pronto lo vamos a llamar, todavía no.

Carla y Sofía ya tenían edad suficiente para entender las desafortunadas explicaciones, mas allá del enojo y desconcierto mostraron cierto interés en conocer a su media hermana, pero tenían un sentimiento encontrado al ver el dolor con el que cargaba su madre. Dejaron a un lado los rencores respecto a Sandra pero no les cerraba de ninguna manera la infidelidad del padre, ni que hubiera llegado tan lejos.
Pasaron algunos meses mientras el dolor y el enojo decantaban para que Carlos inicie acciones legales para darle su apellido a Sandra. En medio del tiempo transcurrido Ana había instruido a su abogado para que comience los trámites del divorcio, la decisión era indeclinable, Si bien sus hijas accedieron a encontrarse con su padre en terreno neutral con cierta regularidad la relación con ellas estaba muy afectada, aunque lo asistía la certeza de que los hijos no se divorcian de sus padres, era cuestión de tiempo y de hacer las cosas bien para recuperar una relación de afecto entre ellos.

Hubo que iniciar dos juicios en paralelo, uno en que Carlos reclamara de Oscar el desconocimiento de su paternidad y otro en que él pide el reconocimiento de la suya, en ambos casos deberían hacerse estudios de ADN para corroborar el reclamo. Los papeles iban y venían entre embajadas debido a que Oscar se había radicado en España, pero las cosas seguían su curso, en definitiva ya nada detendría la decisión tomada, solo era cuestión de tiempo. Los dos padres en pugna habían cumplido con el requisito del ADN y cada uno siguió con su vida y sus realidades.
Su mundo había cambiado pero sentía que su conciencia estaba en paz.


Una mañana mientras Carlos tomaba café en su estudio entre reuniones de trabajo recibe un llamado que lo deja pasmado y boquiabierto, de pronto se levanta de su silla giratoria, vuelca el café al piso y grita
-Nooo, no puede ser, no jodas…
-No te estoy jodiendo, dijo su abogado, el ADN no miente, el padre es Oscar, lo lamento Carlos.




Noviembre 2020. Ricardo Cohen

Texto agregado el 24-11-2020, y leído por 54 visitantes. (0 votos)


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