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Una historia de vidas. (Ladislao, Zafiro y Pablo)


"Según la Ciencia de la Espiritualidad dos terceras partes de nuestras vidas están regidas por el destino sobre el que no tenemos control y la tercera parte restante por la libre voluntad, siendo esta la única herramienta que nos permitirá superar lo que está predestinado".


Nací en Uspallata, por aquel entonces un pequeño pueblo mendocino que dista unos ciento veinte kilómetros de la ciudad capital de la provincia de Mendoza, y a sesenta y dos del cerro mas alto de todas las América, el Aconcagua. Una jugada del destino hizo que naciera yo sietemesino y tomara por sorpresa a mis padres de vacaciones en esas tierras.
Nieto de abuelo judío nacido en Polonia, escapado de la persecución nazi, y llegado en barco a la Argentina en el año 1942 con una mano atrás y otra adelante. De profesión joyero en Varsovia y devenido en minero buscador de oro en los cerros de la alta cordillera cuyana, no sin antes aprender el oficio como peón minero de la mano de una empresa inglesa que los reclutaba en el puerto de Buenos Aires apenas llegados de la turbulenta Europa. La empresa Taylor & Co. se estableció en estos lares en respuesta al efecto de la crisis de los años 30 y de la segunda guerra mundial en busca del hierro necesario para la fabricación de armas, municiones, buques y aviones.
Vivió a los pies de la mina en campamentos donde subsistían lastimosamente unos cuatrocientos muchachos como él, la mayoría escapados del infierno europeo. Unos años después de terminada la guerra mi abuelo Ladislao abandonó el campamento y se dedicó con empeño a la búsqueda del precioso metal, luego de incontables penurias llegó su golpe de suerte, encontró una veta del mineral dorado que lo convirtió en un hombre lo suficientemente rico como para comprar una finca con jóvenes y prometedores viñedos en el Valle de Uco, valle que se extiende a lo largo del río Tunuyán, al sur de la ciudad de Mendoza. Allí se estableció hasta su muerte dejando a su familia en cómoda situación económica, fueron sus descendientes directos, mi padre Zafiro, mi tío Rubí, mi tía Perla, y mi tío Ramón, este último hijo del corazón de mi abuelo al que termina adoptando de hecho y con quien se empeño en rebautizarlo con el nombre de Diamante, un hombre fuerte que supo ser su mano derecha en las tareas del campo y llegó a tomar decisiones en la mesa de negociaciones junto a sus tres hijos de sangre, jamás hubo diferencias, todos eran sus hijos y todos terminarían heredando en partes iguales.
Mi abuela, quien en honor a sus circunstancias fue bautizada Adrienne, que en francés significa "aquella llegada del mar". Gestada en Toulouse había llegado a estas tierras en barco en el vientre de su madre en busca de un mundo mejor influenciados por noticias alentadoras llegadas a Francia a través de cartas de familiares que los habían precedido. A pocos días de llegados a Buenos Aires partieron a Mendoza donde estaban establecidos los hermanos de su padre quienes ya eran propietarios de viñedos y de una incipiente bodega, por lo que no tuvieron problemas de adaptación, la elaboración familiar de vinos en Toulouse ya venía de generaciones, la tradición y el conocimiento heredado estaba ligados a la elaboración del vino Merlot y el Cabernet Sauvignon, cuyas cepas se adaptan perfectamente a las alturas y al suelo mendocino.
Ladislao compra una finca lindera a la familia de Adrienne, lo que contribuye a que mi abuelo y mi abuela se conozcan, se enamoren, se casen y completen el nido con sus cuatro hijos.
Fallecido mi abuelo, Zafiro, mi padre, decidió dejar el campo y establecerse en Buenos Aires, ciudad que había conocido en ocasión de un viaje de negocios en que acompañó a Ladislao. Tanto lo atrajo la vida urbana, la gran ciudad y la necesidad de intentar un nuevo horizonte que no pudo detener ese impulso postergado, no se hubiera atrevido a tomar la decisión estando su padre en vida. Vendió pues su parte del negocio heredado a sus hermanos y se lanzó a la aventura. Compró una casa cómoda pero sin lujos en el barrio de Palermo e invirtió casi la totalidad del resto del dinero en la creación de una pequeña empresa dedicada a la importación y distribución de telas traídas de Italia y del Reino Unido. En esos tiempos tuvo muchas aventuras amorosas, era un hombre adinerado y hablaba con naturalidad el francés, su lengua materna, lo que hacía las delicias de las mujeres de la sociedad porteña, pero quiso el destino que se enamorara de una de sus empleadas, Clara, una mujer mas joven que él, hija única de padres de clase media baja, padre albañil y madre costurera. Ella pretendía completar sus estudios en la Universidad de Buenos Aires y recibirse de Contadora Pública, por lo que necesariamente debía tener un empleo que le permitiera costearse la carrera. Y en eso estaba cuando mi padre le hizo saber con señales inequívocas de su interés, jamás imaginó que don Zafiro pudiera sentirse atraído por alguien como ella, es que entre sus compañeras se corría el rumor de sus aventuras amorosas con mujeres bonitas y de buena posición.
Pero los ojos del amor no son los mismos que los de la lujuria, menos aún de los de la razón. Zafiro encontraba que había en ella un desinterés inquietante hacia su masculinidad, no encontraba manera de acercarse como hombre, algo en él obstaculizaba todo intento de acercamiento, no estaba acostumbrado a que resistan a sus encantos, ¿quién era esa mujer?. Lo que mi padre no sabía es que Clara no se atrevía siquiera a imaginar que pudiera existir algo entre ellos, pero haciendo frente a tanta ingenuidad llegó el momento en que mi padre dejó las señales y le habló con el corazón. Fue gracias a su tenacidad que hoy estoy aquí, mi madre terminó venciendo sus prejuicios de mujer humilde imposibilitada de ser objeto de deseo de un hombre rico como mi padre, a quien terminó amando con pasión. En la intimidad del hogar Zafiro era un hombre sencillo y amoroso que colmó de alegría y buenos momentos a mi madre, le dio tres hijos y un buen pasar, pero murió de un infarto antes de cumplir sus cincuenta años, días antes de que yo cumpliera diez. Clara entró en un estado de melancolía y desazón tal que le imposibilitó sostener en pie la empresa y la terminó malvendiendo. Poco a poco nuestra economía se derrumbaba y los dineros de la venta de la importadora se terminaron esfumando.
Vendimos la casa de Palermo y nos terminamos mudando a una casita en Morón, un barrio suburbano en pleno desarrollo, distante unos veinticinco kilómetros de nuestra antigua casa, cocina comedor, un baño, un pequeño patio y dos dormitorios, en el mas grande dormían mi madre junto a mi hermana y en el otro mi hermano y yo, eso era todo.
En tiempos de bonanza mi padre insistió en que mi madre abandonara los estudios, había dinero mas que suficiente para vivir sin que ella sacrificara preciosas horas que podría dedicar a la crianza de los niños,
-Grave error, grave error pensaba Clara, hoy tendría un valioso instrumento para abrirme camino. De todas formas consiguió un empleo administrativo en el Municipio de Morón, lo que nos permitía aunque a duras penas subsistir, nosotros éramos muy chicos aún para colaborar, por lo que nos limitábamos a ser buenos alumnos para no cargar con mas peso a nuestra madre, queríamos que se sienta orgullosa de sus hijos y que su esfuerzo se viera recompensado.
Mis tíos, los hermanos de mi padre insistieron en que nos instaláramos en Mendoza pero mi madre no quiso, aquí estaban sus padres, en definitiva ellos y nosotros era todo lo que tenía, agradecía sus buenas intenciones, pero su vida estaba en Buenos Aires.

Pasaron los años y mi madre pudo reconstruirse, había ascendido varios escalafones llegando a ocupar el cargo de Directora del área de Catastro en el Municipio, al ser empleada de planta pudo sostenerse en el puesto a pesar de los cambios de Intendentes de diversos colores políticos, hasta que la alcanzó la edad de la jubilación.
Como suele suceder los familiares de empleados municipales tienen mayores posibilidades de ingresar a planta permanente, estando en actividad pueden cobrarse favores que solo se pagan con favores, una moneda de cambio permanente, hoy por ti mañana por mi. Son sueldos magros pero la certeza de que cada fin de mes los esperan esos pesos sumado al beneficio de la obra social y a los aportes jubilatorios son suficiente para mucha gente sin grandes aspiraciones. Mis hermanos fueron seducidos por esa frágil estabilidad y entraron a trabajar de la mano de mi madre, eso si, bien de abajo, el asunto era ingresar, normalmente bastaba con que el paso del tiempo haga su trabajo y casi sin mérito alguno irían escalando posiciones, ese horizonte a mi me resultaba penoso y decidí construir mi camino de la mano de mis ambiciones y habilidades. Llevaba en mi sangre la sangre de mi abuelo Ladislao y de Zafiro, mi padre, ambos luchadores e independientes, cada cual con sus circunstancias y a su manera habían levantado su propio imperio, y yo sentía estar destinado a construir el mío. Hablé con mis tíos Rubí y Diamante y les pedí ayuda, necesitaba de su empujón inicial y de su sapiencia en los negocios. Me enviaron un pasaje en avión y me llegué al viñedo ansioso del encuentro, casi no los recordaba, los había visto por última vez en el entierro de papá.

-Hola abuela, soy tu nieto Pablo. Pero Adrienne no me reconoció ni lo volvería a hacer, su avanzada edad y su demencia senil se lo impediría. La había visto en contadas ocasiones en que con mis padres y mis hermanos pasábamos unos días de vacaciones en la finca, pero era yo muy pequeño para recordarla, para ser honesto mis recuerdos sobre su persona se habían construido mirando una y otra vez viejas fotos familiares, por lo que para ambos resultábamos ser dos extraños.
A mi manera y al igual que mi abuelo viajé a Mendoza en busca del oro que marcó el destino de la familia, con mis veinticinco años me sentía ávido de hacer de mi camino una aventura que valga la pena ser recordada, anhelaba romper con lo que parecía ser mi destino de cabotaje y levantar vuelo en busca de otros cielos. El firmamento de Mendoza era resplandeciente, mis ojos verían con claridad el horizonte que me iría trazando en esta tierra que había sido tan benévola con mi familia. Sabía que todo dependía de mi, el entorno familiar y la fantasía cumplida de estar en el lugar donde todo empezó harían de motor en mi voluntad, solo necesitaba definir cual sería el camino, el emprendimiento que me permita llegar al objetivo final, quería ser independiente y merecedor de mi apellido, menuda tarea por cierto, pero lejos de intimidarme la presión me sería útil, sabía que debería exigirme si pretendía ocupar un asiento en primera fila, al igual que mi abuelo y mi padre quería ser evocado, funcionar como inspiración para las generaciones venideras, un norte a seguir. Claramente mi objetivo, mi gran objetivo era ocupar un lugar en el podio, y en ese momento entendía que para hacerlo debería ganar buen dinero.
La familia de mi padre me propuso formar parte del negocio de la bodega que en ese momento era la pata mas pequeña de la empresa, aunque esa circunstancia no los preocupaba demasiado, lo hacían por romanticismo y por orgullo familiar ya que sus vinos llevaban el nombre comercial "Ladislao Kessler" para las cepas de los tintos y con el nombre de mi abuela" Adriene Kessler" para los blancos. En vista de mi llegada decidieron incorporarme con la intención de darle vuelo al emprendimiento, se necesitaba sangre joven y ávida de progreso para darle una oportunidad de crecimiento. Me dejaron bien en claro que no debería ceder un ápice en la calidad del producto ante las presiones comerciales y de la demanda, nuestros productos mantendrían la excelencia y el romanticismo, el desafío sería posicionarlo comercialmente en el resto del país, que la marca Kessler sea reconocida solo por su calidad. En los primeros años dediqué gran parte de mi tiempo a aprender y conocer en profundidad el proceso de la fabricación, paralelamente me fui formando en el conocimiento de la comercialización y distribución, familiarizándome con las técnicas del marketing con la idea de direccionar el producto al público buscado, pretendía dirigir la campaña en la dirección correcta y reforzar la marca a través de los especialistas, sommeliers, dueños de restaurantes, distribuidores, presentaciones en eventos, además de participar en concursos nacionales e internacionales
Junto al apoyo incondicional, a la confianza depositada y al acompañamiento económico de mis tíos necesité invertir casi diez años para alcanzar el objetivo propuesto, sin ellos nada hubiera sido posible. Comprendí lo que había significado al menos en mi caso el respaldo de la familia, fui afortunado, los lazos de sangre abren puertas, pero solo se atraviesan si tomamos con fuerza el picaporte y empujamos con decisión. y ahí estaba yo, seguramente con la decisión de los que me antecedieron haciendo camino al andar.
En el transcurrir de esos años construí mi propia familia, me casé con Angélica, quien me dio dos hermosas niñas, Adriene en honor a mi fallecida abuela y Carolina en honor a la finada madre de Angélica. Definitivamente nos establecimos en una casona que construimos en la finca de la familia. Mi mujer participaba activamente de nuestra empresa al punto de llegar a formar parte societaria de la empresa familiar, aportaba su mirada femenina y fue un bastión para la defensa de los derechos de las empleadas de la empresa, era querida por todas ellas, el patriarcado en el interior de las provincias es mas fuerte que en las grandes urbes, las desigualdades estaban a la orden del día y Angélica había logrado que el boca a boca hiciera de la empresa una bandera de justicia laboral, lo que nos trajo aparejado mas de un problema con los miembros que formaban la Sociedad Vitivinícola de Mendoza. Pero a pesar de ello y gracias a ello la Bodega Kessler logró una destacada notoriedad extra gracias a su labor en busca de la igualdad de remuneración entre hombres y mujeres, lo que obligó al resto de la actividad vitivinícola a seguir el ejemplo en pos de no ser señalada. Sin buscarlo había logrado ser una referente para muchos y posicionarse como inspiradora en la sociedad mendocina que mas temprano que tarde fue adaptando sus estrategias a los tiempos que se avecinaban, y después lo de siempre, los partidos políticos terminan basando sus plataformas en los reclamos de la sociedad buscando votos. El paso siguiente y mas lógico hubiera sido participar en la política, pero renegaba de ella, prefería seguir su lucha desde su individualidad, desde su lugar de trabajo, temía ser ensuciada por estos oportunistas y que su lucha fuera opacada y fagocitada. Llegó a ser galardonada por el Rotary Club de Mendoza como la mujer del año nombrándola miembro honorario y vitalicio. Este hecho llegó a las portadas de las revistas de actualidad de Buenos Aires y sin buscarlo trajo una explosión en el requerimiento de nuestros productos, lo que nos obligó a comprar producción de otros viñateros y a ampliar la planta para hacerle frente a la demanda. Pero el concepto con el que arrancamos basado en el romanticismo y el orgullo familiar seguirían intactos, nada debía alejarnos de él, en definitiva fue lo que nos permitió tener uno de los vinos mas codiciados del mercado, lo de Angélica fue la mejor e inesperada publicidad, la que nos ayudó a ser reconocidos en el medio, pero la calidad fue la que nos mantuvo en el tiempo en el paladar del cliente.

Muy en mi interior sentía que ya era merecedor de subirme a mi imaginario podio, había cumplido con el objetivo pero, siempre hay un pero...
La idea de devolverle a esta bendita tierra la cálida acogida y las oportunidades de desarrollo brindada a tantos inmigrantes que como mi abuelo pudieron abrirse camino con esfuerzo, si, con mucho esfuerzo, pero con todas las libertades, sin odios ni persecuciones, comenzó a dar vueltas en mi cabeza. Es que el éxito económico no me era suficiente, el dinero por el dinero mismo no me completaba, solo saciaba la sed de mi ego, necesitaba trascender, darle un sentido mas humano a mi paso por este mundo. Siempre fui consciente que abrirme camino me resultó mas sencillo gracias al apoyo económico de mis tíos, de mi familia, muy distinta hubiera sido mi suerte de no ser por ellos, y pensé en cuantos quedaron en el intento por falta de ayuda, de apoyo, de alguien que los escuche y les de una mano. Este país ya no es el de Ladislao, lo de él fue como la conquista del oeste, con esfuerzo y con una caricia de la fortuna levantó su imperio, pero salvo raras excepciones las cosas ya no funcionan así, cualquiera sea el área donde hoy se intente desarrollar un buen proyecto hace falta capacitación y si fuera posible estar apadrinado..
Y es aquí donde decidí poner toda mi energía, en fundar una escuela de emprendedores, sin importar el área de desarrollo, todas las inquietudes serían atendidas, daríamos orientación y apoyo económico a los mejores y mas viables proyectos de cada año. Invité a participar a mis tíos que aunque ya retirados de la actividad económica vieron con entusiasmo la idea de la escuela y decidieron formar parte de ella, entre todos acordamos que la misma se llamara "Ladislao Kessler".
La escuela nos colmaría de satisfacciones, muchas buenas ideas se forjaron en sus aulas y fueron dadas a luz bajo el cobijo de la comunidad educativa, pude ver como estos soñadores tuvieron al igual que yo su oportunidad.


Adelantándome a lo que inexorablemente un día llegaría y pesar de que va en sentido contrario a los preceptos de mi religión dejé órdenes expresas para que mi cuerpo sea cremado y mis cenizas esparcidas a los pies del Aconcagua, quiero que cuando llegue ese momento mi alma en un último esfuerzo haga cima en el cerro y plante bandera, esa que represente mi historia, la de un luchador. Me sentía a mano con la vida, no nos debíamos nada.




Castelar, 20-11-2020
Ricardo Cohen.

Texto agregado el 24-11-2020, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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