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No fue suicidio, ¿o si?

No sería fácil contar esta historia si no comenzara por el principio mismo de los tiempos, mi tiempo. Limitarme a hablar del presente solo haría que mi relato sea inverosímil, conllevaría un innecesario esfuerzo de mi parte, y sería sin dudar de imposible comprensión para el lector, al punto de poder ser acusado por los mal intencionados de estar haciendo apología del suicidio en masa; nada mas lejos de mi, de hecho todos los que a vista de ustedes parecemos muertos gozamos de buena salud, se los aseguro.
Ya no recuerdo con exactitud cuando comienza mi existencia, (con la palabra existencia me refiero al término que se utiliza para definir “vida” de la manera corriente, de diccionario, académico), les daré una aproximación temporal, quizá unos tres mil o tres mil quinientos años atrás. Aclaro que el paso del tiempo y sus circunstancias le han quitado algo de claridad a mi entendimiento, duden un poco y no se equivocarán, pero dejo en claro que solo me mueven las buenas intenciones en la fidelidad del relato.
Me contó mi padre que en mi camada fuimos 79 hermanos, nunca supo decirme que número correspondió a mi embrión, aunque esto nunca me trajo problemas de identidad, solo sentí curiosidad pero pude vivir con esa falta. Me cuenta también que fue el quien me fecundó sobre tierra húmeda y al abrigo de buena sombra. Me mantuvo a cobijo durante algo mas de tres semanas hasta que me desarrollé y pude salir al mundo, aunque en modo de supervivencia, pues para alcanzar cierta madurez que me diera independencia debería consumir todo el calcio posible que hubiera a mi alrededor para construir mi refugio. Fue así que en el lapso de tres meses estaba yo preparado para enfrentar las desavenencias que me deparara el destino. El terror de mi especie eran, son y serán las orugas y los escarabajos, éramos muy lentos para escapar de la tragedia, solo ser precavidos y movernos con mucha cautela podría impedir el trágico final. La mayoría de mis hermanos y yo (con unos pocos nos seguimos viendo al día de hoy) permanecimos viviendo juntos en lo que hoy es la costa de Cádiz, muy cerca del peñón de Gibraltar, al sur de España, aunque en mis días de caracol no había rastros de ciudades, ni idiomas ni ciudadanías, apenas un puñado de seres brutos y animales salvajes.
Mi mas hermoso recuerdo me remonta a la luz crepuscular que dibujaba con mano maestra la absoluta blancura de la espuma provocada por el romper de las olas contra el arrecife, desplegando un fuerte contraste con el azul profundo de las aguas; esa imagen me mareaba al punto de haber hecho nacer en mi la necesidad de recorrer esos treinta metros cada día para llegar al punto de observación donde me extasiaba hasta el límite de mi comprensión. Esos treinta metros implicaban alrededor de dos horas de extenuante marcha, mas otras dos horas de regreso a la seguridad de mi hábitat. Eso que le daba sentido a mi vida era también lo que me ponía en peligro, pero en todo caso siempre preferí que el final de mis días tuviera un sentido superador, sabía intuitivamente que la memoria emocional sería transmitida a través de los cromosomas en la cadena de los seres vivos, y encontraba que esta sería mi manera de colaborar y perpetuarme en la percepción de la belleza colectiva.
Fue así como en un ocaso otoñal tendido de cuerpo entero sobre la roca mas saliente del arrecife y rendido ante tanta perfección fui succionado por una pequeña tromba marina, de la que fui avisado por la visión del remolino cargado de miles y miles de partículas de agua, pero mis tiempos de reacción no fueron los de las fuerzas de la naturaleza, sí lo fue mi reacción apasionada, sabía que era mi final y no hui, decidí disfrutarlo.
En pocos segundos me encontré siendo parte de otro mundo, de otras fuerzas, fui por instantes parte de la marea hasta que mi caparazón estalló en añicos contra las rocas y supe que la hora había llegado, solo y a la intemperie, lejos de los míos, pero estaba en paz, sabiendo que había que dar el paso, aceptarlo y esperar a ver como seguiría esto, en mi interior supe que había mas, que tan solo había concluido un ciclo. Mientras filosofaba sobre mi futuro me invadió el estupor de ver frente a mis antenas una enorme bestia llena de escamas, branquias y aletas, la miré con asombro y hasta con un poco de curiosidad, pero como única respuesta recibí una mirada impávida y decidida a engullirme; ese es mi último recuerdo como ser vivo.
De ahí en mas comenzó mi periplo que ya lleva mas de tres milenios en busca de un derrotero. Mientras permanecí en el océano mi cuerpo fue alimento, excremento, savia, tallo y flor, coral, plancton, crustáceo, ballena. Ya en tierra fui grasa, aceite, humo, mineral, planta nuevamente, excremento nuevamente, y así el ciclo sigue dando vueltas y mas vueltas; dos veces participe siendo parte de humanos con mi aporte mineral, también un tigre y varios pájaros
El problema con mi especie es que tenemos la particularidad de tener un cuerpo dividido, la carne propiamente dicha y nuestra caparazón o refugio, y de las dos partes conservamos conciencia.
Hasta el momento hice una somera descripción del destino del cuerpo, pero lo cierto es que mi caparazón recorrió otro camino, fui golpeado y martillado durante siglos hasta ser transformado en arena, junto a otros tantos de nosotros, muchos de ellos resultaron ser mis hermanos que sin saberlo corrieron el mismo destino que yo, ellos también fueron subyugados por la belleza del romper de las olas contra los arrecifes, de la espuma blanca, de la luz del ocaso del otoño. Somos arrastrados constantemente por las mareas o por los vientos, dependiendo en el medio en el que nos encontremos. Fui desierto y playa, habité en las profundidades del océano, en esfuerzo conjunto con pinares construimos extensas dunas, además de tantísimas otras cosas que me han hecho sentir vivo.
Todo esto que les relato es solo para ponerlos en perspectiva y ayudarlos en el entendimiento de las cosas. Hace pocos años, no mas de cinco, muchos de nosotros hemos caído prisioneros, y con la pretendida justificación de que seríamos un bien de uso para los humanos nos han quitado del medio ambiente en donde siempre nos sentimos útiles y vivos, donde casi como superhéroes acudíamos al llamado de la naturaleza, y ni hablar del sentimiento de libertad…

Libertad que hace cinco años hemos perdido a manos de la industria del vidrio. Como muchos de ustedes sabrán el vidrio se fabrica fundiendo arena a altísima temperatura con el agregado de carbonato de sodio y óxido de calcio en el proceso. Lo cierto es que hoy lejos de ser quien quería ser fui un vaso guardado en la alacena de la cocina de quien se hacía llamar mi dueño, ¿dueño?.
Se que los caracoles tenemos famas de lentos, pero hay pocos seres tan decididos como nosotros, la persistencia es parte de nuestra información genética, nada nos detiene cuando tomamos la decisión y nos va la vida en llegar al objetivo trazado.
Tal es así que un día decidimos junto a los míos tirarnos desde el metro y medio que nos separaba del piso y terminar con la prisión insoportable de la compactación de moléculas in eternum, decidimos caer con fuerza, para reducirnos a la mínima expresión posible, queríamos ser libres, volver a tener una oportunidad loable, decididamente mas altruista; ¿pueden creer que en muchas ocasiones nos llenaban de agua y bicarbonato que revolvía con una cuchara para luego dejarnos en custodia la dentadura postiza toda la noche?, alguien se imagina para si un destino semejante?, por favor, antes la muerte.
Y así fue, hablo de la muerte de diccionario, la versión académica, ya les conté que al menos en mi caso y en el de muchos con los que he cruzado en tantos años la muerte aún no llega, y dudo que lo haga alguna vez.
Caímos violentamente y lo hicimos del lado en donde el “dueño” apoyaba sus asquerosos labios (pobre, al final lo terminamos odiando). Éramos cientos de añicos desperdigados por toda la cocina, muchos de nosotros se escondieron para permanecer todo el tiempo posible hasta aclarar pensamientos y otros quedamos mas expuestos buscando ser pisoteados para lograr así convertirnos a la mínima expresión posible y facilitar entonces el camino de un nuevo destino. La escoba y la pala nos liberaron de ese ambiente hostil y fuimos a parar a la bolsa de los residuos, luego fuimos quitados del lugar de reclusión por un camión asignado para estos menesteres y vueltos a la naturaleza a esperar nuevo destino en un basurero a cielo abierto.
¿Fue suicidio entonces?, noooo, les juro que no. Hoy soy árbol, e intento seguir en pie pero ya llevo mas de ochenta años aquí y siento que la savia corre muy lenta por mis entrañas.
Ahora, sé que después de haber leído mi testimonio de vida ya no podrás dejar de pensar en mi cada vez que se te caiga un vaso, y quizá dejes de acordarte de mi madre y se te dibuje una sonrisa cómplice. Un fuerte abrazo y gracias por haberme prestado un poco de tu atención.
R.C. Setiembre de 2019.

Texto agregado el 24-11-2020, y leído por 47 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-11-2020 Me ha encantado. Entretenido y con enjundia. Justine
24-11-2020 Buen relato, llevaste a cabo una parte de la evolución. En un pestañeo cósmico. La verdad la muerte no existe solo una continuidad de vida en el eterno caminar de una chispa divina. spirits
 
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