Cuatro gotas retumbaban en el agua de la fuente, bajo una ceniza clara que bajaba desde el cielo.
Detrás de las estatuas blancas, por debajo de una llovizna paulatina, el silencio iluminaba las placas enmarcadas con los nombres... Luisa, se derramó junto a sus últimas lágrimas frente a la tumba de su esposo Juan... Colocó un ramito de fresas, exhalando con ternura aquel adiós prometido... El agua no dejaba de salpicarle el rostro, por entre el sonido latoso de las chapitas, que en las cruces danzaban junto al soplido de la tarde... Las filas descendían, por una pequeña loma de barro, para declinar frente a su
figura enlutada que rezaba un padre nuestro... Por entre los monumentos, se podían oír algunos llantos en medio de la nada, como una cascada encadenada a los lamentos mas trillados... Descarnada de pena, Luisa solo quería volverlo a ver por un instante mas... Suave y silenciosa se deslizo entre las sombras, que solo goteaban dolor, por una callecita del cementerio de piedras y charcos... A lo lejos del sendero lindante, el semblante oscuro de un hombre la sobresaltó. Siguió caminando apresuradamente, ahora rumbo a la salida, mientras el sujeto caminaba paralelamente a ella por detrás... Ambos caminos concluían en un mismo punto, el mismo en el que Luisa se encontró con el sujeto... Después, el revoloteo de los pájaros, anunciaban el comienzo de una eternidad de sueños incumplidos, que llegarían a su fin...
La mañana me despertó de un sueño profundo, que me hizo llorar mucho. Mientras desayuné, el diario vino hacia mis manos como de costumbre... En la última página, la figura de una mujer, yacía en una foto bajo el encabezamiento que decía: “En la tarde de ayer, una mujer caucásica de cuarenta y pico de años, fue hallada degollada en una de las calles del cementerio local. Se presume que el sospechoso, sólo la habría atracado para hurtarle la cartera”.
Ana.
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