De los veinte minutos que tardo en tren, en recorrer la ciudad hacía mi trabajo no voy a contar porque sería muy aburrido. Más bien voy a contar lo que ocurre justo cuando muere la tarde. De las 67 veces que quedamos para ir a ver juntos a la cinemateca de Lima, ella es casi siempre la que llega tarde; y las pocas veces que soy yo, es todo un escándalo. Pero así es ella y me gusta. No va cambiar aunque me vaya o deje de exagerar, porque nuestra historia se parece a los óleos del maestro cuzqueño Yaku Ramírez; una muestra brutal de impresionismo, lleno de colores fuertes y tan vivos como nuestra naturaleza. Lo nuestro también tiene las mismas dudas de la leyenda del dorado, pero con la certeza infinita que es extraordinario. Nuestra historia podría resumirse en aquel domingo que juro ver la película de tu vida (Big-jip, Kim ki-duk) y no espero hasta el lunes para telefonear a sus amigas de la universidad para contarles que presenciaste algo maravilloso. Pero también eso era exagerado, porque después vino otra película chocante del mismo autor. Y sí sirve de precedente, tenemos los primeros cinco minutos de su película "Bad Guy". La historia de un amor obsesivo por parte de un joven proxeneta hacia una bella joven de clase media, la atrapa, tendiéndole una trampa que la arruina y la hace introducirse en el mundo de la prostitución para cubrir sus deudas, con el fin de que él pueda poco a poco ir acercándose a ella, salvarla y conseguir que le ame. Claro. Tampoco mi intención es asustarla, todos saben que los guiones de Kim ki-Duk están muy pegados a lo inverosímil. Quiero que se quede con lo bueno, lo poético, lo maravilloso. Que yo me quedo con lo duro, lo chocante y toda esa maldad que aún no entiende.