Una cosa es aprender a cocinar, aunque no basta aplicar bien la receta; elegir bien los ingredientes; la mejor carne y las mejores verduras. Muchas veces hace falta saber mezclar bien. Otra cosa es escribir, aplicar bien las reglas, los signos de puntuación, el uso preciso de los adjetivos. Eso era lo que creía Juan, pero cuando se enfrentaba a la página, no pasaba de amontonar frases y frases. Le faltaba alma, imaginación y coherencia. Después de intentarlo muchas veces renunció a seguir adelante. Lo reclutaron fácil de una oficina de sicarios para que hiciera los mandados del patrón. Él creyó que apretar el gatillo era elemental. Había prestado el servicio militar en Bogotá, sabía manejar armas pero hasta hoy no había matado ni una gallina. Llegó la hora del debut. Le dieron toda la información de la víctima; le hizo inteligencia durante varios días. Supo sus recorridos, su hora de salida y regreso a casa. Todo estaba preparado, no podía fallar porque perdería el trabajo. El capitán salió del comando de la policía metropolitana de Cali y tras ir por el carro al parqueadero se fue para su casa por la ruta de siempre. A los diez minutos el sicario ya lo tenía en la mira y cuando iba a disparar no pudo. De nada le valió estar cerquita de la víctima pues en lugar de apretar el gatillo, guardó la pistola y siguió para su casa. Al llegar se tiró en la cama. Miró fijamente el cielo raso y llegó a la triste conclusión que ni para sicario servía. Sacó la pistola del cinto y se voló la tapa de los sesos. Antes de dispararse escribió una nota que decía: "tenía que matar y contar la historia y no pude hacerlo. No tengo alma de asesino ni de ángel".

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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