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— Pero ¿por qué me interesé por ella? Dime.
— ¡Porque siempre estás "de caza", por supuesto!
— ¡Falso! Simplemente, estaba ella frente a mis ventanas, en el tercer piso del edificio del otro lado de la calle. ¡No pude evitar verla!
— Di mejor que jugaste al voyeur, una vez más. ¡Es tu pasatiempo favorito!
— ¡Me gustaría verte en mi sitio en estos tiempos de aislamiento domiciliario!
— ¡Ni falta que me hace! Deberías haber cerrado las cortinas de tu apartamento del cuarto piso; en su lugar, colocaste tu telescopio refractor frente a sus ventanas. Desde tu posición dominante, podrías observarla en tus horas muertas, ¿verdad?
— ¡En absoluto sucedió de esa manera !
—¡Bueno, dime!
— Fue esta primavera, durante una ola de calor. Todas las ventanas estaban abiertas y la gente caminaba por los apartamentos en paños menores, a veces en puros cueros.
— Y...
— Una mañana la vi salir del baño de su estudio, desnuda y con turbante, para ir a lo que supongo sería su vestidor. Tomó y se puso unas braguitas blancas de algodón y corrió la cortina ligera de la ventana para terminar de vestirse. Es impresionante cómo la retina y el cerebro son capaces de registrar una gran cantidad de información en un instante en estas circunstancias: su cuerpo bronceado, su admirable zona lumbar, sus pechos redondos y blancos, sus piernas largas y delgadas, su vellón dorado, sus ojos claros, su boca carnosa... Lo confieso, todo se quedó para siempre, creo, en mi memoria. Sólo faltaba el color de su cabello, ¡pero tenía una idea de todos modos! ¡Así fue como se convirtió en mi odalisca!
— Y como este tipo de visión es adictivo en sumo grado, tuviste que empezar de nuevo para conocer otra vez la ola de placer que sentiste esa mañana.
— De la ocasión nace la tentación, ¿no? Y como yo estaba atrapado en casa, me fue fácil organizarme para observar sus ventanas, casi continuamente, durante sus horas de presencia en su piso. Me levantaba más temprano que antes, para estar en mi puesto de observación a la hora idónea, alrededor de las siete y media, excepto los fines de semana en que eran más bien las nueve.
— Y, por supuesto, diste los siguientes pasos del voyeurismo: ¡la tomaste en foto o la filmaste, pasando de la indiscreción al delito!
— Eso vino después de que ella estuviera varios días fuera, cuando el desconfinamiento. Yo había sentido tal vacío durante esos días que apenas regresó ella, la fijé en la película para poder volver a verla en mis horas muertas, cuando ella estaba en el trabajo o de compras. Hice blanco y negro, porque tengo todo el material de desarrollo en casa.
— ¡Y así pasaste de la obsesión a la neurosis!
— ¡Probablemente! Cubrí el interior de las puertas del armario de mi dormitorio con estas fotos robadas. Yo las miraba cuando estaba solo.
— Me imagino el resto ... ¡Y es asqueroso!
— Ya. Lo sé. Debería haber intentado conocerla mucho antes de todo eso.
— ¿Cómo te enteraste de su identidad?
— A través de la guía telefónica, primero, luego, un día, bajé a la calle y entré a su edificio detrás de un visitante que me sostuvo la puerta. En los buzones, leí la confirmación que estaba buscando: Srta Annabel Duchemin,3° izq. Ahora tenía su nombre, apellido, dirección, número de teléfono y sabía que no estaba casada. Me hubiera sorprendido lo contrario ya que no había visto a ningún hombre en el apartamento todavía.
— No impidió que te pusieras celoso.
— ¿Cómo lo sabes?
— ¡Te conozco como si te hiciera !
— Sí, bueno, comencé a desconfiar de cualquier visita masculina que ella pudiera recibir: el cartero, el tipo de la luz, cada vendedor ambulante. Afortunadamente, el edificio tiene un código digital. No entra en su casa cualquiera.
— Excepto tú, por las ventanas.
— Si quieres, pero es diferente.
— Mucho peor, querrás decir, ellos son visitas autorizadas, lo tuyo es una violación de su intimidad.
— No te pongas tan enfático. No es un crimen, que yo sepa.
— Un crimen, no, un delito menor, sí, punible con un año de prisión y 15.000 €, viejo.
— ¡Ah! Yo no lo sabía.
— Pues, ya lo sabes. Qué vas a hacer ?
— No sé. Nada. No puedo. Estoy enganchado.
— Va a terminar mal. Ella te verá, te denunciará. La policía, uno de estos días, llamará a la puerta. Y este invierno, cuando llegue el mal tiempo y las cortinas estén corridas, ¿qué harás?
— ¡Me quedarán las fotos que hice de ella!
— ¡Me das lástima!
— ¡¡Cállate, mi conciencia!! ¡Lo sé muy bien que soy de pena desde que estoy clavado en esta silla de ruedas!

©Pierre-Alain GASSE, noviembre de 2020.

Texto agregado el 20-11-2020, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-11-2020 Inesperado final.Me agradó tu cuento yosoyasi
 
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