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Y yo te amaba
Estaba cansada, demasiado para soportar otra infamia. Compartimos veinte años de vivir con apremios económicos, discusiones, con enfermedades de las nenas, noches de insomnio, de preguntarme porqué era todo tan difícil. Primero fueron los insultos, luego los golpes y con breves intervalos de convivencia pacífica una indiferencia que dolía. Por dentro, agazapada, la llama del rencor seguía viva.
No alcanzaban los pequeños lapsos en que parecíamos tan enamorados, dispuestos a vencer los obstáculos, empecinados en seguir juntos a cualquier precio aunque significara el sacrificio. Lo era? Ni siquiera sabíamos si nos amábamos realmente.
Era de madrugada cuando llegaste, todo pasó tan rápido, sentí como se me agitaba el pecho, como la angustia y la ansiedad me crecían, recordé el mes y medio que no me hacías el amor, tus silencios y tu rostro indiferente, las manos me temblaban, la furia me inundaba el cuerpo, la cabeza me dolía y la sangre me latía con fuerza en las venas. Basta!!!
Gritos, golpes, insultos, y vos de pronto ahí, tu cabeza abierta y ese líquido mojando la almohada, el pálido color de tu cara, me dio miedo tocarte pero una morbosa curiosidad me atraía hacia ese líquido amarillento que salía de tu cabeza. De pronto sentí horror, el miedo que sienten los que matan, el deseo de escapar, el temor a lo que vendría, la familia, las nenas, tu madre, las preguntas, las explicaciones.
Salí corriendo de casa con tu rostro pálido en mis ojos, caminé toda la noche, ni recuerdo por donde hasta que amaneció. Mi primer impulso fue llamar a mi madre, como siempre en los momentos difíciles pensamos en ellas, le dije que viniera urgente, lo más rápido que pudiera tenía que estar en casa y que no traiga las nenas, era fin de semana y estaban con ella. Caminé hasta una placita, me senté en un banco, ya amanecía, mi desesperación se había convertido en una serenidad increíble, por fin descansaba, se acabó me dije, ya no más angustias, ni dudas e incertidumbres, vendrá la policía me dije, mi familia se encargará de mis hija, seguro que por eso puedo estar tranquila.
Decidí volver a casa apurada, quería que todo terminara rápidamente, habría que velarlo y ocuparse de todo. Sentí mucho miedo cuando abrí la puerta, sola con él ahí en casa, muerto. Cuando entré mi madre ya había llegado, me miró fríamente y me dijo -voy a llamar a la policía-, lo pronunció sentenciándome, sin preguntar sin averiguar, como aquella vez que estuve detenida por su culpa, lo único que se te ocurrió decir fue sos una porquería. Nunca te interesó mamá saber que pasaba dentro mío, nunca te importó saber si era feliz, vi como tu mirada me seguía hacia la habitación donde me dirigí casi sin darme cuenta, cuando miré hacia la cama ni siquiera el grito que se ahogó en mi garganta me dejó mover, estaba paralizada por el horror. Estaba vivo!!! No puede ser, esa cosa inerme en la cama con la cabeza abierta abría los ojos y me miraba con una mirada inocente, asustada, casi suplicante, el miedo me dominaba, me acerqué a su cuerpo, estaba inmóvil pero vivo. Dios esa cosa no era él, yo lo había hecho, lo había destruido y estaba ahí, vivo, balbuceando palabras sin cesar en un lenguaje inentendible, mezcla de sonidos con sollozos. Que hice?, yo lo convertí en eso. Un dolor diferente me embargó, era pena mi amor. Donde estaba mi hombre, el que amé tanto. Volverá? Se recuperará? Y esto es lo que me quedó y yo lo hice. Y si no había estado con otra mujer? Quizás había estado trabajando, o nunca me mintió, tal vez fue sincero cuando me decía – te amo linda – Pudieron ser mis dudas las que lo volvieron triste, silencioso, hosco y agresivo. Me pude haber equivocado tanto?. Y ahora nunca más sus caricias, su ternura, lo perdí para siempre. Mi madre se acercó fríamente y como no dejándome otra salida me dijo; vas a tener que encargarte de él.
No llamamos a la policía, quedó entre ella y yo, al médico le dijimos que había estado arreglando el techo y al caer se golpeó la cabeza, no mencionamos el líquido que ya lo habíamos limpiado.
Después de estudios interminables, los médicos fueron terminantes, jamás se recuperaría, el cerebro había sido muy dañado. Mi vida, que sentiría? Nos reconocerá o viviría en un mundo diferente, necesitaba saber, algo se transformó en mí, me hice fuerte como nunca lo había sido, lo iba a cuidar y ayudar, de alguna manera, tenía que compensar lo que le había hecho. Lo amaba, o amaba lo que fue?
Pasaron varios meses, comenzó a moverse y sorprendentemente sonrió, corrí a contárselo al médico , esperando el milagro que pudiera librarme del castigo que yo misma me había impuesto. Cuando salí del hospital sabía que mi pesadilla continuaría, las palabras del doctor no me dejaron esperanzas, nunca podría saberse la reacción de una persona que había sobrevivido a un cerebro tan dañado. Volví a sentir miedo, angustia, tener que volver a casa y enfrentarlo, poder ofrecerle un poquito de esperanza aunque él no lo comprendiera.
Hacía frío, era tarde cuando regresé, las nenas como casi todo fin de semana estaban en la casa de mi madre, a él lo había dejado en cama pensando que no pasaría nada si me alejaba por un rato y se quedaba solo. Pero ahí estaba, se había levantado, pudo ponerse de pie y completamente desnudo se paseaba por toda la casa. Ni me molesté en llamar al médico, había sido claro: “ Nunca puede saberse la reacción de una persona que había sobrevivido con un cerebro tan dañado” Jamás olvidaría esas palabras.
Recuerdo que siempre se había caracterizado por su fortaleza, eso no cambió, había sobrevivido y su cuerpo seguía luchando inconscientemente, me preocupaba su comportamiento, era como una criatura, hablaba pero no se le entendía, se reía constantemente, jugaba con las cosas, era como un niño grande pero de reacciones imprevisibles. Yo lo bañaba , lo vestía, lo cuidaba con un fervor enfermizo, yo lo puse en ese estado y la culpa dolía.
Las preguntas de mis hijas me enloquecían. – mamá que le pasa a papá? – porque no nos conoce?- Porqué habla como un bobo?- Opté por ponerlas en un colegio de doble turno para que permanecieran menos tiempo en casa y les dije que su padre estaba enfermo de un extraño virus.
Cuando llegaba la noche mi angustia se acrecentaba, acostaba a mis hijas y a él, después cuando me acostaba a su lado, me embargaba el miedo, y si se levantaba de noche y le hacía algo a las nenas? O si me atacaba? Dormía plácidamente con su rostro feliz, tal vez en su mundo no existiera nada que doliera pero yo no podía dormir, el contacto de su cuerpo que ahora veía infantil me producía rechazo, se acurrucaba junto a mi como antes por una necesidad instintiva de buscar calor. Decidí irme a dormir con mis hijas, me daba pena dejarlo solo pero ya no soportaba la situación. Una noche se levantó a la madrugada y comenzó a tironearme y hacerme señas para que fuera a dormir a su lado, lo acosté y me fui.
Pasaron varios meses, durante los cuales se me hacía cada vez más difícil controlar la situación y la incertidumbre de no saber cómo sería el día siguiente.
Siempre le había gustado trabajar con la madera, su habilidad manual no había muerto, por eso lo dejaba entretener durante el día con unas maderas y algunas herramientas en un galpón que teníamos en el fondo, parecía que su cerebro se había roto en fragmentos y que había recogido algunos y los podía utilizar.
Lo que más me asustaba era su mirada, siempre siguiéndome, buscándome, mirándome a los ojos como si tratara de saber algo, tratando de descubrir quién era yo, o lo sabía? Quería como alcanzar algo, quien había sido, sentía eso cuando se quedaba mirándome?
Estaba preparando el almuerzo cuando escuché unos gritos horribles que venían del galpón, corrí para ver que sucedía, cuando entré, estaba transfigurado, encendido, me extendía los brazos donde las venas parecían a punto de estallar,
estaba desnudo y tenía el miembro bien erguido, como siempre, como antes. Sentí como me agitaba y como los sollozos se ahogaban en mi garganta, había pasado tanto tiempo desde aquella última vez. Me quité la ropa y me acerqué lentamente como al borde de algo peligroso que me atraía de una manera irresistible, hice que me penetrara lentamente mientras le hablaba despacio, dulcemente, enseñándole que cuando sintiera eso tenía que llamarme por mi nombre, Mía, y lo repetía con dificultad pero lo hacía, temblaba cuando yo lo tomaba de la cintura y lo empujaba y alejaba al mismo tiempo contra mí una y otra vez hasta que gritó, casi aullaba como un animal mientras repetía sin cesar… mía, mía. Varias veces escuchaba sus gritos llamándome y yo corría a apaciguar sus deseos, él solo entendía que eso le gustaba mucho, seguramente le causaba placer, era algo bueno que lo calmaba y yo evitaba que se fuera a la calle a exhibirse ante cualquier persona, ya que era seguido que se desnudara y apareciera orgulloso a mostrar su virilidad mientras yo corría a taparlo para que las nenas, si estaban en casa, no lo vieran.
En mi interior se juntaban el asco y la culpa, él era un ser completamente inocente, como una criatura, pero yo no, yo sabía lo que hacía, gozaba tanto como el, después me llenaba de vergüenza, como si alguien me hubiera espiado y se diera cuenta de lo que hacía, era repugnante, me abusaba argumentando que solo lo calmaba. Ese ser era el recuerdo del hombre del cual me enamoré y no podía admitir que jamás volvería, porque ese sería mi castigo hasta que uno de los dos muriera, era el padre de mis hijas, ellas estaban creciendo, algún día preguntarían, sentirían vergüenza, además de ser insostenible la convivencia con alguien de lo que ellas no tenían la culpa.
Un día me descuidé, no estaba en el cuartito del fondo, me desesperé, miré por la ventana y estaba en el jardín, lavando el auto que quedó abandonado después del incidente, lo hacía con un entusiasmo infantil, antes lo cuidaba mucho, esto le producía mucha alegría, reía a carcajadas en medio de un tremendo charco de agua, salió desnudo, no podía convencerlo de que entrara a la casa, era la hora en que acostumbraba a pasar el diariero, lo llamé y le pedí ayuda, logramos entrarlo casi a la fuerza balbuceando incoherencias.
En el barrio todos me compadecían, me molestaba claro pero los disculpaba, ellos no sabían que ese pobre hombre era mi víctima y no mi cruz como ellos solían decir. Y yo te amaba, porque cuando no hablabas o cuando dormías eras el hombre que yo esperaría inútilmente recuperar. Muchas noches sentada a tu lado te miraba dormir, contemplaba tu rostro que seguía siendo hermoso, amándote y rechazándote al mismo tiempo, no te volví a besar, destruí sin derecho tu vida, no existen para vos ni tu familia, tu trabajo, tus hijas, tus ilusiones, te quité todo.
Perdido en tu inconsciencia , en un mundo de tinieblas, sin futuro. Que Dios me perdone.
Algo ocurrió que me hizo ponerle fin a esta situación, me volvió a la penosa realidad de tener que arrancar de mí el amor que te tenía, convencerme de una vez y para siempre que habías muerto esa noche, y jamás regresarías. Te encontré desnudo en el cuarto de las nenas, te reías de una manera cruel y por primera vez te vi llorar, supe en ese momento que tenía que apartarte para siempre. Al día siguiente me dirigí a una institución, tuve que insistir mucho para que te admitieran, el lugar estaba desbordado de gente abandonada por sus familias, finalmente te ingresaron. Ni siquiera te diste cuenta cuando guardaba tu ropa y otras cosas tuyas, que quizás no te servirían para nada. Te bañe, te cambié con un dolor inexplicable en el pecho, hice que le dieras un beso a tus hijas, porque no las volverías a ver jamás, hacías todo sonriendo, no te dabas cuenta que te ibas para siempre de nuestras vidas. Cuando llegamos a la institución miraste todo y dejaste de sonreír, te entregué a una monja y te dejaste llevar.
Ella se encargó de llevarte al pabellón asignado, tus ojos miraban con asombro, tus ojos tan queridos, donde una vez se juntaron nuestras miradas y dijimos para siempre, te volviste hacia mí y me sonreíste, te abrace muy fuerte… era el fin. Había caminado un largo tramo cuando escuché tus gritos…Mía, Mía, Mía!!!
Con un dolor agudo en el pecho y mis ojos llenos de lágrimas caminé sin mirar atrás. Hacía mucho frío.

Mirta Noemí Lago Borlenghi

Texto agregado el 17-11-2020, y leído por 89 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-11-2020 Mis felicitaciones. Una triste historia. Conmovedora. Van abrazotes, colega de la pluma Abunayelma
18-11-2020 Tremendo tu texto. Angustiante. Muy bien logrado. Abrazo. MCavalieri
17-11-2020 Terrible historia. Muy bien escrita. Marcelo_Arrizabalaga
17-11-2020 Impresionante!! godiva
 
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