Cuándo llegué a la escuela primaria, no había en el pueblo la proliferación de colegios privados de ahora. Lo Cuál tenía cómo fondo positivo, la consolidación de una juventud, urbana y rural, en un sólido grupo de amistad. Con, apénas, una sóla parte débil: la separación con las hembras.
Aúnque, compartir con éllas la ruta de ida, el recréo al través de una gran verja y el camino de retorno a casa, amortigüáron tál carencia. Y con nuestro crecimiento en todos los sentidos, también se agrandó la estructura de una niñéz sana. Quizás, excesívamente sana. Sin embargo y entendiéndolo cómo lo anormal dentro de lo perfecto, presento tres casos.
Qué he dividido, según mi órden interno de importancias: en el suave, el no tán suave y el explosivo. Pasando el primero a mis diez años, miéntras practicaba voleibol en la tanda vespertina del tercero. Y que atrajo mi atención, descrubrir unas manchas de sudor, bajo las axílas, en la camisa de Luciano y que se las señalé con el índice de mi mano derecha.
Luego, a mis veinte, al salir de una oficina con otros veintiañéros, después de haber solicitado la construcción de una cancha en el parque del barrio. Y qué por haberlo hecho a un líder del gobierno de turno, recibí una mirada endiablada de Patricio, mostrándome un enojo inconmensurable. Y la tercera y la peor, fue la de Pedro Pablo. Y lo de 'peor' es porque núnca medió un motivo que justificara su actitud. Pórque lo de él en mi contra, siempre fue un rechazo natural é inexplicable.
Algo, que todavía hoy, atiza lo adverso al compañerismo que nació en nuestra primaria. Ó desde cerillo, cómo le gusta decir a mi amigo Cucho. Y, que en los casos de Luciano y Patricio, aún no llego al verdadero motivo y respecto a Pedro Pablo, ní siquiera he alcanzado a imaginar porqué núnca me habló.
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