Abrió los ojos y miró. A pesar de la oscuridad, percibió con nitidez a la criatura que permanecía agazapada al otro lado de la habitación. No se movía, estaba expectante, como él. Era grande, de piel oscura e indudablemente no le tenía miedo, porque sus ojos miraban directamente a los suyos. Él también permaneció quieto, desafiante, porque ningún intruso iba a amedrentarlo, mucho menos hacerle daño a K, quien dormía profunda y confiadamente a su lado. Alrededor de la criatura brillaban leves reflejos, destellos esporádicos de luz que le daban en la oscuridad tintes de misterio e irrealidad. No importaba que así fuera, tampoco le tenía miedo, estaba dispuesto a enfrentar cualquier cosa.
Le preocupaban las intenciones de aquel ser. ¿Con qué propósito se había introducido en la habitación de K y los acechaba ahora?... Entonces vislumbró las sombras vagas que pululaban suavemente sobre la cabeza del extraño, eran grotescas, cargadas de negatividad, de malas vibraciones y le susurraban al oído malos consejos.
Se alertó. La criatura no daba muestras reales de agresividad, pero el ambiente se iba cargando de algo intangible que presagiaba peligro. Debía advertirle de ello a K. Se movió con lentitud sin apartar un segundo la vista del intruso. El otro se movió de igual manera, como si estuviera midiendo los alcances de su adversario.
Algo comenzó a moverse junto a la figura del extraño. Era un bulto grande que parecía crecer en forma amenazante. K se movió junto de él y estuvo a punto de avisarle que se despertara, porque había alguien en la habitación que podría hacerle daño. Sus músculos estaban tensos, preparados para cualquier eventualidad. La mano de K lo rozó y escuchó su voz soñolienta que le decía: ¿Qué sucede?... ¡duérmete ya, tonto!, que es muy noche y mañana tengo que trabajar.
Las palabras de K fueron el detonante de aquella situación. Sin esperar más, se levantó con premura, al mismo tiempo que aquella criatura enigmática. Se lanzó con toda la fuerza de que era capaz contra el intruso, que ya se dejaba venir, seguido de las tétricas sombras que lo acompañaban. Con todo el peso de su cuerpo y las ansias de proteger a K, embistió directamente al extraño; sólo se detuvo, ante el golpe estrepitoso que se dio contra el espejo de pared en el que se había estado reflejando. El espejo se rompió, quedando convertido en mil fragmentos. Ladró con fuerza, con fiereza, al no poder desquitar su rencor y la rabia acumulada, ante su propia imagen.
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